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desrollo rural - nueva-ruralidad-en-america-latina, Notas de estudo de Cultura

desenvolvimento, desarollo, rural, america latina

Tipologia: Notas de estudo

2011

Compartilhado em 17/06/2011

raimundo-neto-13
raimundo-neto-13 🇧🇷

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Baixe desrollo rural - nueva-ruralidad-en-america-latina e outras Notas de estudo em PDF para Cultura, somente na Docsity! Colección Grupos de Trabajo de CLACSO Grupo de Trabajo Desarrollo Rural Coordinadora: Norma Giarracca Directorde la Colección Dr. Atilio A. Boron Secretario Ejecutivo de CLACSO Area Académica de CLACSO Coordinador: Emilio H. Taddei Asistente Coordinador: Sabrina González Revisión de Pruebas: Daniel Kersffeld Area de Difusión de CLACSO Coordinador: Jorge A. Fraga Arte y Diagramación: Miguel A. Santángelo Edición: Florencia Enghel Impresión Gráficas y Servicios S.R.L. Imagen de tapa: Fotografía realizada por Carlos Reboratti. Primera edición “¿Una nueva ruralidad en América Latina?” (Buenos Aires: CLACSO, enero de 2001) Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales Agencia Sueca de Desarrollo Internacional Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales / CLACSO Callao 875, piso 3º (1023) Buenos Aires, Argentina Tel.: (54-11) 4811-6588 / 4814-2301 - Fax: (54-11) 4812-8459 e-mail: clacso@clacso.edu.ar - http://www.clacso.edu.ar - www.clacso.org ISBN 950-9231-58-4 © Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723. No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio electrónico, mecánico, fotocopia u otros métodos, sin el permiso previo del editor. La responsabilidad por las opiniones expresadas en los libros, artículos, estudios y otras colaboraciones incumbe exclusivamente a los autores firmantes, y su publicación no necesariamente refleja los puntos de vista de la Secretaría Ejecutiva de CLACSO. ¿UNA NUEVA RURALIDAD EN AMÉRICA LATINA? c Norma Giarracca (Compiladora) Edelmira Pérez María de Nazareth Baudel Wanderley Miguel Teubal Deis Siqueira Rafael Osório David Barkin Leonilde Servolo de Medeiros Norma Giarracca Hubert C. de Grammont Alejandro Diez Hurtado Ramón Fogel Sergio Gómez Diego Piñeiro Maria A. Moraes Silva Karina Bidaseca Daniela Mariotti Mónica Isabel Bendini Josefa Salete Barbosa Cavalcanti Sara María Lara Flores Parte III Cambios en el mundo del trabajo Diego Piñeiro Población y trabajadores rurales en el contexto de transformaciones agrarias 269 Maria A. Moraes Silva Reestruturação produtiva e os impactos sobre os migrantes 289 Norma Giarracca, Karina Bidaseca y Daniela Mariotti Trabajo, migraciones e identidades en tránsito: los zafreros en la actividad cañera tucumana 307 Josefa Salete Barbosa Cavalcanti y Mónica Isabel Bendini Hacia una configuración de trabajadores rurales en la fruticultura de exportación en Brasil y Argentina 339 Sara María Lara Flores Análisis del mercado de trabajo rural en México, en un contexto de flexibilización 363 “El camino subía y bajaba: ‘Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para el que viene, baja’. – ¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo? – Comala, señor. – ¿Está seguro de que ya es Comala? – Seguro, señor. – ¿Y por qué esto está tan triste? – Son los tiempos, señor. Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; su nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre vi- vió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver: ‘Hay allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarillo por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, ilumilándola durante la no - che’. Y su voz era secreta, casi apagada, como si hablara consigo misma... Mi madre”. Juan Rulfo, “Pedro Páramo” Prólogo E ste libro es el resultado de una serie de encuentros que durante 1998 y1999 el Grupo de Trabajo de Desarrollo Rural (GTDR) del Consejo La-tinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), llevó a cabo. Los encuentros se realizaron en los marcos del IX Congreso Brasileiro de Sociologia en Porto Alegre y de la XIX Asamblea General de CLACSO en Recife. A fines de 1997, los miembros del GTDR nos habíamos reunido en Buenos Aires con el propósito de armar una agenda de trabajo para los siguientes dos años. El tema que cruzó el debate fue: ¿de qué estamos hablando cuando nos re- ferimos al desarrollo rural? Se trataba de actualizar conceptos, dar sentido a los nuevos, referir a las realidades del hoy. No podíamos seguir pensando con los mismos parámetros que unas décadas atrás; pasaron muchas cosas en nuestros países y en las teorías sociales. Allí comenzó a circular el interrogante que otor- ga el título a este libro: ¿una nueva ruralidad en América Latina? Las imágenes rurales de nuestros países cambiaron con tal intensidad que ha- bilitan a pensar “una nueva ruralidad”, donde coexisten empresas de alta comple- jidad tecnológica, empresas que forman parte de “grupos económicos” extra- agrarios transnacionalizados, empresas del agroturismo, con mundos rurales he- terogéneos con campesinos, productores medios y trabajadores rurales segmenta- dos por los procesos de mecanización, grupos étnicos y nuevos desocupados. To- dos ellos están presentes en las nuevas arenas tratando de imponer o adaptarse a las nuevas reglas del juego, resistir y organizarse para modificar gramáticas de 11 En la Parte I incluimos la discusión acerca del desarrollo rural con una exten- sa variedad de aspectos, que van desde los fuertes procesos de globalización (Mi- guel Teubal) hasta los posibles caminos alternativos a los conocidos (David Bar- kin, María N. Baudel Wanderley, Edelmira Pérez), pasando por discusiones con- ceptuales (Deis Siqueira y Rafael Osório). En la Parte II incluimos los trabajos que dan cuenta del dinamismo de los ac- tores agrarios latinoamericanos en la arena de la negociación y resistencia, en la búsqueda de nuevos derechos, o en la resistencia a la pérdida de aquellos que fun- daron realidades en otras décadas. En esta parte incluimos el análisis de las orga- nizaciones y acciones de los actores del Brasil (Leonilde Servolo de Medeiros), otro referido a un nuevo e importante actor dentro de la protesta social agraria de Argentina -el Movimiento de Mujeres Agropecuarias en Lucha (Norma Giarrac- ca)-, y un trabajo referido a un actor de importancia en la América Latina de los años ‘90 -El Barzón (Hubert C. de Grammont)-, así como tres estudios acerca de las organizaciones rurales y sus acciones, en Paraguay (Ramón Fogel), en Chile (Sergio Gómez), y en Perú (Alejandro Diez Hurtado). Por último, en la Parte III se presentan los trabajos que relacionan estas nue- vas ruralidades con los cambios en el mundo del trabajo. Observamos aportes que desde posiciones más generales presentan fuertes relaciones con la primera parte del libro, como el de Diego Piñeiro (Uruguay) o el de Sara Lara F. (México), ú otros que abordan comparaciones intrarregionales de un mismo sector, como el de Mónica Bendini y Josefa Cavalcanti (Argentina y Brasil), y dos trabajos más específicos de cada país pero que abordan trabajadores de un mismo producto (María Moraes Silva y Giarracca, Bidaseca y Mariotti, sobre los trabajadores de la caña de azúcar en Brasil y Argentina respectivamente). Norma Giarracca Coordinadora del Grupo de Trabajo de Desarrollo Rural de CLACSO 14 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? Baudel Wanderley, Maria de Nazareth. A ruralidade no Brasil moderno. Por un pacto social pelo desenvolvimento rural. En publicacion: ¿Una nueva ruralidad en América Latina?. Norma Giarracca. CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. 2001. ISBN: 950-9231-58-4 Disponible en: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/rural/wanderley.pdf Red de Bibliotecas Virtuales de Ciencias Sociales de América Latina y el Caribe de CLACSO http://www.biblioteca.clacso.edu.ar biblioteca@clacso.edu.ar A ruralidade no Brasil moderno. Por um pacto social pelo desenvolvimento rural c Maria de Nazareth Baudel Wanderley * Introdução A sociedade brasileira parece ter hoje um olhar novo sobre o meio rural.Visto sempre como a fonte de problemas –desenraizamento, miséria,isolamento, currais eleitorais etc– surgem, aqui e ali, indícios de que o meio rural é percebido igualmente como portador de “soluções”. Esta percepção positiva crescente, real ou imaginária, encontra no meio rural alternativas para o problema do emprego (reivindicação pela terra, inclusive dos que dela haviam sido expulsos), para a melhoria da qualidade de vida, através de contatos mais diretos e intensos com a natureza, de forma intermitente (turismo rural) ou permanente (residência rural) e através do aprofundamento de relações sociais mais pessoais, tidas como predominantes entre os habitantes do campo. A ruralidade, o desenvolvimento rural, o desenvolvimento local no Brasil moderno são hoje temas em debate na comunidade acadêmica, entre militantes de movimentos e organizações sociais e entre responsáveis pelas políticas públicas voltadas para a agricultura e o meio rural. No presente trabalho, gostaria de propor algumas idéias centrais que norteiam minha percepção sobre esta problemática. Não terei condições, certamente, de desenvolver cada uma delas, porém as formulo enquanto hipóteses de trabalho, sob a forma de tópicos, que estão sendo desenvolvidas em minha pesquisa atual. 31 * Professora Visitante na UFPE. Bolsista do CNPq. mas a configuração de uma rede de relações recíprocas, em múltiplos planos que, sob muitos aspectos, reitera e viabiliza as particularidades. É esta complexidade que constitui, precisamente, o objeto dos estudos rurais. Considero extremamente enriquecedora desta formulação, a pesquisa de Carlos Rodrigues Brandão sobre o município de São Luis de Paraitinga, São Paulo, na qual o autor expõe a forma como compreende as relações entre o que chama os “lugares da vida”: o sertão, o sítio, o bairro, a vila e a cidade (1995)1. Se a vida local é o resultado do encontro entre o rural e o urbano, o desenvolvimento local, entendido como o processo de valorização do potencial econômico, social e cultural da sociedade local, não pode supor o fim do rural. Neste sentido, é importante precisar que o desenvolvimento local será tanto mais abrangente e eficaz quanto for capaz de incorporar e valorizar o potencial de forças sociais para o desenvolvimento presentes no meio rural local, isto é, incorporar o próprio desenvolvimento rural. A perspectiva proposta por Ricardo Abramovay, sobre esta questão me parece de grande pertinência (1998). Não se trata, portanto, de substituir uma categoria pela outra. O pequeno município é parte integrante do mundo rural No Brasil, parcela significativa da população rural vive nas zonas rurais dos pequenos municípios. Este fato é evidente no Nordeste, onde 40,3% da população rural se encontram nos municípios com até 20 mil habitantes (78,9%, no conjunto dos municípios com até 50 mil habitantes). Embora em proporções menores, o mesmo ocorre em São Paulo, onde 31,9% da população rural vive em municípios com até 20 mil habitantes (52,7% no conjunto dos municípios com até 50 mil habitantes). Apesar desta semelhança – seria necessário verificar este mesmo processo em outros Estados – observa-se que existem duas formas distintas de ocupação do espaço municipal. Apopulação paulista dos pequenos municípios é minoritária, em relação ao conjunto do Estado – apenas 19,4% vivem nos municípios com até 50 mil habitantes (8,8% naqueles cuja população não ultrapassa os 20 mil habitantes). A l é m disso, ela se encontra sobretudo nas sedes municipais, sendo, portanto, segundo os critérios do IBGE, uma população urbana. De fato, da população dos municípios com até 20 mil habitantes apenas 25% vivem no meio rural, proporção que atinge 38,6%, se se considera o conjunto dos municípios com até 50 mil habitantes. Ao contrário do que acontece em São Paulo, na região nordestina os pequenos municípios abrigam a maioria da população da região. De fato, 50,6% dos nordestinos vivem em municípios com até 50 mil habitantes. Além disso, mais da metade da população destes municípios é constituída pela população rural: 57,7%, no caso dos municípios com até 20 mil habitantes e 51%, nos municípios entre 20 mil e 50 mil. A tabela abaixo sintetiza estes dados: 34 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? Tabela 1 1996. São Paulo. População dos pequenos Municípios (Até 50 mil habitantes) Fonte: Cálculos a partir de: IBGE. “Contagem da população”. 1996. Tabela 2 1996. Nordeste. População dos pequenos Municípios (Até 50 mil habitantes) Fonte: Cálculos a partir de: IBGE. “Contagem da população”. 1996. 35 Maria de Nazareth Baudel Wanderley Municípios com até Municípios entre Municípios com até 20 mil habitantes 20 mil e 50 mil 50 mil habitantes (A) habitantes (B) (A+ B) População total 3.008.256 3.611.994 6.620.250 % sobre a população total do Estado 8,8 10,6 19,4 População rural 750.892 490.596 1.241.488 % da população rural sobre a população rural total do Estado 31,9 20,8 52,7 % da população rural sobre a população total da categoria de municípios considerada 25,0 13,6 38,6 Municípios com até Municípios entre Municípios com até 20 mil habitantes 20 mil e 50 mil 50 mil habitantes (A) habitantes (B) (A+ B) População total da categoria de municípios considerada 10.875.895 11.775.784 22.651.679 % sobre a população total da região 24,3 26,3 50,6 População rural 6.274.892 6.010.283 12.285.175 % da população rural sobre a população rural total da região 40,3 38,6 78,9 % da população rural sobre a população total da categoria de municípios considerada 57,7 51,0 54,2 A pequena dimensão dos municípios e sua estreita dependência do mundo rural é um fato reconhecido no processo de urbanização nacional em seu conjunto e os estudiosos da cidade a ele se referem com termos extremamente expressivos, entre os quais: “vida urbana morta” (Florestan Fernandes); “municípios semi- rurais” (Juarez R. Brandão Lopes); “cidades não urbanas” (Vilmar Faria). A fronteira entre estes espaços e o espaço propriamente urbano também é vista de forma diversa. George Martine, por exemplo, estabelece como limite, o patamar da população total não inferior a 20 mil habitantes, enquanto Vilmar Faria propõe uma definição ainda mais restrita da população urbana, correspondendo às “pessoas vivendo nas sedes urbanas dos municípios”, ao mesmo tempo que considera cidades, apenas “as sedes municipais com mais de 20 mil habitantes.” Estes dados apontam para um importante campo de reflexão a respeito das particularidades da urbanização nos pequenos municípios, e neles, as relações campo-cidade que me parece ainda pouco desenvolvida entre nós. A grande propriedade patronal no Brasil está na origem de uma “ruralidade dos espaços vazios” Um meio rural dinâmico supõe a existência de uma população que faça dele um lugar de vida e de trabalho e não apenas um campo de investimento ou uma reserva de valor.A perda de vitalidade dos espaços rurais, que gera o que se pode chamar a “questão rural” na atualidade, emerge precisamente, quando se ampliam no meio rural os espaços socialmente vazios. Na maioria dos países considerados de capitalismo avançado, isto vem acontecendo onde a população rural, particularmente a sua parcela que é vinculada à atividade agrícola, tem a constituição ou a reprodução do seu patrimônio ameaçado e onde as condições de vida dos que vivem no campo, sejam ou não agricultores, não asseguram a “paridade” socio-econômica em relação à população urbana, ou, pelo menos a redução da distância social entre os cidadãos rurais e urbanos. No Brasil, os espaços vazios são, antes de mais nada, a conseqüência direta da predominância da grande propriedade patronal. Para perceber a significação deste processo basta considerar a dimensão das áreas “improdutivas”, associada à quantidade de trabalhadores agrícolas, antes residentes nas grandes fazendas, que foram expulsos do campo nas últimas décadas. O grau de influência da grande propriedade patronal sobre a dinâmica da vida local poderia ser utilizado como uma das variáveis a considerar para a elaboração de uma tipologia dos espaços rurais. Se a estrutura fundiária inibe o acesso à terra a uma grande maioria dos que trabalham na agricultura, também explica o fato de que o Brasil esteja longe de ter atingido qualquer meta aproximativa de paridade social. A população rural ainda é a principal vítima da pobreza, do isolamento e da submissão política2. 36 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? A fragilidade da urbanização do Nordeste funciona como um desestímulo ao desenvolvimento rural da região A Contagem da População efetuada pelo IBGE, em 1996, registrou, na região Nordeste, uma população rural de 15.575.505 habitantes. Apesar de decrescente, desde 1980, a importância relativa deste contingente é inegável. De fato, em primeiro lugar, ele corresponde a 45,8% dos efetivos rurais de todo o País (de 33.997.406). Isto tem levado estudiosos e planejadores a insistir no caráter “nordestino” da “questão rural” brasileira, particularmente nas últimas décadas. Em segundo lugar, mesmo considerando o processo, por muitos apontados, da “desruralização” da população, os “rurais” nordestinos equivalem hoje a quase 35% da população total da região, com variações entre os Estados que vão de 26% em Pernambuco a 48%, no Maranhão. Estes dados nos permitem supor que a “questão regional” nordestina passa, de uma certa forma, pela solução dos problemas rurais. Para além desta dimensão propriamente rural, deve-se registrar as formas que assume o processo de urbanização na região nordestina. Aqui, fora das áreas metropolitanas, apenas 3 municípios funcionam como grandes polos interioranos, com população entre 250 mil e 500 mil. Da mesma forma, são pouco numerosos -30 no total- os municípios, cuja população total variava, em 1996, entre 100 mil e 250 mil, correspondendo a apenas 10% da população regional. Estes municípios parecem, de fato, constituir centros populacionais mais dinâmicos no interior dos Estados, mas estão concentrados, sobretudo na Bahia, em Pernambuco e no Maranhão. Estes dados nos permitem afirmar que uma das grandes limitações no processo de desenvolvimento regional é, precisamente, a fragilidade da urbanização, cujo processo foi incapaz de criar centros dinâmicos no interior da região, que –como aponta Ricardo Abramovay (1998)– para outras regiões do País, estivessem em condições de descentralizar, em níveis satisfatórios, as iniciativas econômicas, principalmente no que se refere à instalação de indústrias e à disseminação de redes de serviços e de promover o desenvolvimento das forças sociais existentes nas pequenas aglomerações e nos espaços rurais. Como afirma Maria do Livramento Miranda Clementino “a maioria dos municípios do Nordeste tem uma frágil estrutura produtiva. A tradição agrícola regional definiu uma estrutura urbana deficitária, formada essencialmente por pequenos municípios, com função de intermediação comercial primária, com baixo nível de urbanização e uma estrutura política marcada pelo “mandonismo local”, cuja base de poder sempre foi a propriedade da terra” (1997). A conseqüência direta deste quadro é que a dimensão do “problema rural” é bem maior do que os números da “desruralização” indicam e seu enfrentamento exige tratamentos especiais da relação campo-cidade, especialmente, a relação que envolve a pequena cidade em seu conjunto - sede do município e seu entorno rural. 39 Maria de Nazareth Baudel Wanderley Areforma agrária é um componente essencial do desenvolvimento rural no Brasil Areforma agrária é, sem dúvida, o caminho para resolver a questão da terra que permanece pendente até hoje no País. Adisseminação de assentamentos, na medida em que estes se tornam uma “sementeira” de agricultores familiares, permite recuperar as forças sociais para o desenvolvimento, que existem na agricultura f a m i l i a r, até então desperdiçadas. Parece-me particularmente promissora a multiplicação de estudos sobre os assentamentos da reforma agrária que introduzem novas questões a respeito da “nova” ou “renovada” inserção dos assentados na vida rural. Assim, além do desempenho econômico dos assentamentos, creio de grande interesse a pesquisa sobre as demais “conquistas” dos assentamentos, tais como, a melhoria do padrão nutricional, a ênfase que vem sendo dada à educação e à formação dos jovens e a dinamização da economia e da sociedade locais. Uma avaliação dos impactos da reforma agrária teria que, necessariamente, levar em conta a capacidade dos assentamentos instalados em repovoar e reanimar a vida rural e de integrar os habitantes do campo à sociedade local. Conclusão A proposta central deste trabalho é a reiteração da necessidade de um pacto social pelo desenvolvimento rural: a) que seja baseado em uma concepção do meio rural, enquanto um lugar específico de vida e de trabalho, historicamente pouco conhecido e reconhecido pela sociedade brasileira, porém carregado, em sua diversidade, de um grande potencial econômico, social, cultural e patrimonial, que deve ser transformado em forças sociais para o desenvolvimento; b) que se constitua como um movimento, capaz de envolver, sob todas as formas, os habitantes do meio rural em sua diversidade, bem como as instituições e as pessoas que sempre se ocuparam da agricultura e dos agricultores, no Governo, nas Universidades, nas ONG e nos movimentos sociais; elas são as que mais conhecem o meio rural em sua complexidade, as que demonstram maior sensibilidade para os problemas rurais, tendo criado, de uma certa forma, uma “cultura rural” e integrado às forças sociais para o desenvolvimento; c) que defina pressupostos e objetivos que garantam este mesmo dinamismo de suas forças sociais: • considerar o habitante do meio rural como um cidadão pleno, em todos os níveis, material, cultural e político; 40 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? • favorecer a cooperação e o intercâmbio, sem anular as particularidades, entre o meio rural e o meio urbano, entre a agricultura e os demais setores e entre o local e as dimensões mais amplas, regionais, nacionais e globais; d) que, reconhecendo a importância dos agricultores, que são hoje os principais personagens do campo, assegure que as políticas voltadas para a agricultura: • recuperem produtivamente o potencial de terras e recursos naturais, hoje “desperdiçados”, de forma a revitalizar socialmente os espaços vazios ou esvaziados; • valorizem o patrimônio natural e cultural do meio rural, inclusive seu “patrimônio” produtivo; • favoreçam não o proprietário, mas o produtor; • considerem a agricultura familiar como uma forma social adequada para responder às exigências da agricultura moderna; 41 Maria de Nazareth Baudel Wanderley Notas 1• O sertão: “é o lugar onde, por oposição aos campos com matas, existem apenas matas sem campos, algumas impenetráveis, de um lado ou do outro da Serra” (p. 62). • O sítio: “o sertão se transforma: é conquistado e dá lugar ao mundo onde se mora e trabalha como camponês”(p. 64). • O bairro: “O oposto mais próximo do sertão é o bairro... visto como um lugar ainda plenamente rural, mas já não selvagem e é o lugar da vida para onde converge o trabalho camponês... o bairro é o lugar que torna estável a cultura rural e, sobretudo, faculta que se torne comunitária a vida familiar dos sítios” (p. 66). • A vila: “a vila é o lugar para onde convergem os bairros de perto...Assim como os vários bairros são vistos, um a um, como uma conquista do trabalho sobre o sertão... a vila também é percebida como o desdobramento do bairro e uma espécie de conquista da cidade sobre ele... lugar simbólico entre o bairro e a cidade, a vila é também o lugar social da passagem da vida de um à outra” (p. 69). • A cidade, “um espaço de trocas oposto ao bairro e à vila, domínios da cultura (camponesa).” Os moradores do campo passam a lidar com as cidades - também elas diferenciadas - em função de seus negócios, de seus “compromissos com o poder”, do acesso aos recursos que elas podem oferecer e, finalmente, um lugar de destino para muitos. 2 Ver especialmente o conjunto das pesquisas reunidas no Projeto Rurbano, do Instituto de Economia da UNICAMP, sob a coordenação de José Graziano da Silva. 3 Ver, entre outros, Godoi (1999). 4 Ver as pesquisas do Projeto Rurbano feitas nos estados do Nordeste, especialmente Silva (s/d e 1999) e Vilela (1999). 44 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? Globalización y nueva ruralidad en América Latina c Miguel Teubal * “...En un mundo en el que rápidamente se hacen evidentes los límites de los paradigmas industriales estamos redescubriendo el hecho histó - rico de que el control de la tierra y de los alimentos ha sido un elemen - to fundamental de la ecuación política, tanto dentro y entre estados, por una parte, como mediante la construcción y reconstrucción de las die - tas, por la otra. El pasaje a lo largo de este siglo de la cuestión de la tenencia de la tierra (la cuestión agraria clásica) a las cuestiones ali - mentarias y verdes aparece recurrente. O sea, que los movimientos glo - bales que resisten el ideal autoregulado del mercado impulsado por las corporaciones, procuran reintegrar estas dos cuestiones que histórica - mente fueron separadas entre sí...”. McMichael, Phillip, “The agrarian question revisited on a global sca - le”, preparado para la Conferencia Internacional sobre la Cuestión Agraria, Wageningen, mayo de 1995. D esde comienzos de los años 1970, tras la crisis de las instituciones deBretton Woods, la globalización, denominada en aquel entonces comoel proceso de internacionalización del capital, adquiere una nueva enti- dad. Quizás porque desde entonces se perfila, según numerosos trabajos, una nue- va etapa en la evolución del capitalismo mundial. Según Chesnais (1994: 14) el concepto de globalización comenzó a ser utilizado en los años 1980 en los cursos de administración de empresas de las universidades norteamericanas. El término ganó una expresión mundial –fue mundializado– a partir de su utilización por parte de la prensa empresarial y financiera de Gran Bretaña. Desde entonces se han multiplicado los trabajos sobre los procesos de globalización, poniéndose en evidencia que se trata de un concepto complejo y multifacético. Según Glyn y Sutcliffe los procesos de globalización describen la expansión de las relaciones capitalistas de “mercado”, o sea, la creciente mercantilización de numerosas esferas de la actividad económica, social y cultural que anterior- 45 * Ph. D. en economía agraria (Universidad de California, Berkeley, California, Estados Unidos); Profesor titular regular de la Universidad de Buenos Aires. Investigador Principal del CONICET en el Centro de Estudios Avanzados. mente no estaban incorporadas a él. Asimismo, refiere a una serie de procesos que contribuyen a la integración de las diversas partes de la economía mundial en aras de la constitución de un auténtico “mercado mundial”. Ese mercado es “...más global, más interdependiente, y más abierto en cuanto a sus conexiones macroe- conómicas mediante la integración de los patrones de producción y de consumo que surgen de una ramificación creciente de la división internacional del trabajo, la interacción de los mercados nacionales de bienes y servicios, de capitales, di- visas y trabajo, y mediante la organización transnacional de la producción en el interior de las firmas...” (Bromley, 1996: 3 citando a Glyn y Sutcliffe, 1992). Cabe señalar la importancia que asumen las grandes empresas transnaciona- les en estos procesos de constitución y consolidación del mercado mundial. La globalización también se remite a una nueva etapa en la evolución del sistema ca- pitalista mundial, una etapa en la que el Estado nacional aparece perdiendo rele- vancia frente al Estado transnacional (McMichael y Myhre, 1991), y a un nuevo discurso o proyecto inherente a estos grandes intereses transnacionales o transna- cionalizados que ha sido descripto como formando parte del “pensamiento úni- co” (Ramonet, 1995). En este trabajo consideramos la influencia de los procesos de globalización so- bre la problemática agraria y agroalimentaria de América Latina y la forma en que inciden sobre lo que se ha denominado la “nueva ruralidad”. Para ello nos propo- nemos señalar algunas de las transformaciones que se han operado en el sector agropecuario y el sistema agroalimentario mundial, y su incidencia sobre el medio rural latinoamericano. En este contexto nos preguntamos acerca de las nuevas mo- dalidades que asume la cuestión agraria en la era actual. También nos preguntamos acerca del nuevo papel que asume el agro en el marco del proceso de globalización, contrastándolo con el que habría tenido en los primeros años de la postguerra. Globalización y el sistema agroalimentario mundial En décadas recientes la cuestión agraria cobró una nueva entidad en Améri- ca Latina, enmarcada en estos procesos de globalización y de ajustes estructura- les que la acompañaron. Muchos de los fenómenos que se manifiestan en la ac- tualidad en el medio rural latinoamericano pueden relacionarse con la naturaleza de dichos procesos y con algunas de sus consecuencias. Entre ellos se destaca la exclusión social que estarían generando. En efecto, muchos de los fenómenos que se agudizaron en estas décadas reflejan la intensificación del dominio del capital sobre el agro en el marco de un proceso capitalista crecientemente globalizado: la difusión creciente del trabajo asalariado; la precarización del empleo rural; la multiocupación; la expulsión de medianos y pequeños productores del sector; las continuas migraciones campo-ciudad o a través de las fronteras; la creciente orientación de la producción agropecuaria hacia los mercados; la articulación de 46 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? zan el 85% del comercio mundial de granos –Cargill (EE.UU.), Continental (EE.UU.), Mitsui (Japón), Louis Dreyfus (Francia), André/Garnac (Suiza) y Bun- ge y Born (Brasil); quince corporaciones controlan entre el 85% y el 90% del co- mercio algodonero; ocho corporaciones responden por el 55% al 60% del comer- cio mundial del café; siete empresas comercializan el 90% del té consumido en el mundo occidental; tres empresas dominan 80% del comercio de bananas; otras tres empresas dominan el 83% del comercio de la cocoa; cinco firmas compran el 70% del tabaco en rama. El comercio mundial de productos alimentarios y no alimentarios de origen agropecuario aumentó de 65 mil millones de dólares en 1972 a más de 500 mil millones en 1997. Si bien contribuyó al surgimiento y fortalecimiento de impor- tantes corporaciones transnacionales, no necesariamente cooperó para mejorar las condiciones de vida de millones de medianos y pequeños productores y trabaja- dores rurales del Tercer Mundo. La creciente liberalización del comercio mundial de productos agropecuarios bajo los auspicios del GATT y la OMC ha contribui- do a mejorar las ganancias de las grandes empresas, pero no necesariamente la si- tuación de los más pobres del medio rural (Madeley, 1999: 36-38). La división internacional del trabajo en materia agroalimentaria fue modifi- cándose sustancialmente. A los tradicionales productos de exportación de los paí- ses del Tercer Mundo se agrega una serie de nuevos productos de exportación. Los campesinos y productores agropecuarios de América Latina tradicionalmen- te cultivaban frutas y legumbres para el autoconsumo o para mercados locales y/o nacionales. Sin embargo, en años recientes éstos se transformaron en importantes productos de exportación, impulsados por las grandes corporaciones agroindus- triales. En muchos casos las exportaciones no tradicionales reemplazaron la pro- ducción de alimentos básicos, generándose escaseces y alzas de sus precios, afec- tando de este modo a la población más pobre de la comunidad. Asimismo se han generado importantes problemas de salud y ambientales como consecuencia de la utilización masiva de agroquímicos, en particular de pesticidas, muchos de ellos prohibidos en los países altamente industrializados. Durante la década de 1990 crecieron significativamente las exportaciones de hortalizas de América Latina a los EE.UU. Se trata de un proceso impulsado por los gobiernos de los países centrales y las CTAtendiente a la generación de las divisas necesarias para poder seguir pagando los servicios de las respectivas deudas exter- nas, creadas en muchos casos a raíz de las caídas de los precios de los tradiciona- les productos de exportación de la región. En efecto, frente a la caída de los precios del café, la banana, el azúcar y el algodón que se produce en los ‘80, los gobiernos locales fueron inducidos a reemplazar estas exportaciones tradicionales por otras de alto valor agregado, por ejemplo, mangos, kiwis, flores y otras frutas y hortalizas. Las agencias internacionales, en particular el Banco Mundial, promovieron estas exportaciones no tradicionales en el marco de las políticas de liberalización 49 Miguel Teubal del comercio y ajustes estructurales. Se trata de una política “...que provee a los compradores norteamericanos una oferta continua a lo largo del año de frutas, hor- talizas y flores, aunque cause severos problemas a los pobres de América Latina...” ( M a d e l e y, 1999: 64). Si bien se trata de productos que todavía representan una pro- porción ínfima de las exportaciones totales de los países latinoamericanos, tienen altos precios y generan un alto valor agregado. Entre 1985 y 1992 el valor de las exportaciones no tradicionales de América del Sur (excluyendo al Brasil) aumen- tó 48%, mientras que en Centroamérica aumentó 17,2%. El rubro de exportación “trabajo intensivo” contribuyó a la generación de empleo, especialmente femeni- no, incidiendo asimismo sobre el auge de actividades conexas tales como el trans- porte, el empaque y la comercialización de estos productos. Sin embargo, los éxitos de mercado de estas exportaciones no siempre fue- ron acompañados por los correspondientes beneficios sociales. Cabe contabilizar los “...costos en materia de salud de los trabajadores, una distribución inequitati- va de los beneficios económicos, y la degradación ambiental generadas en mu- chos de los países exportadores...” (Thrupp et al , 1995). Asimismo, en muchos casos estos nuevos productos de exportación afectaron la producción de alimen- tos básicos de consumo popular masivo, y desplazaron a grandes contingentes de campesinos, pequeños productores agropecuarios y trabajadores del medio rural. El famoso “modelo chileno” se basó en esta estrategia durante muchos años. Desde 1980 a esta parte, las exportaciones de nuevos y viejos productos agrope- cuarios chilenos aumentaron sustancialmente. Las exportaciones de porotos au- mentaron más rápidamente que su producción orientada al mercado local. Si bien en 1980 Chile exportaba una cantidad de porotos igual a la consumida interna- mente, en 1990 esas exportaciones triplicaban el consumo local, alcanzando 55 mil toneladas frente a 20 mil toneladas orientadas al mercado interno. En térmi- nos generales, entre 1989 y 1993 la superficie destinada a la producción de ali- mentos básicos bajó en un 30%. Estos cultivos fueron sustituidos por otros de ex- portación, básicamente frutas y flores. El comercio exterior estuvo dominado por grandes empresas, pertenecientes a tres de las cuatro corporaciones transnaciona- les más importantes. En este contexto fueron afectados los pequeños productores agropecuarios y campesinos, resultando muchos de ellos desplazados del sector al no disponer de los recursos necesarios para poder realizar las inversiones que la nueva producción requería. También fueron impulsados nuevos productos de exportación en otros países latinoamericanos. Brasil y Argentina son considerados “nuevos países agropecua- rios” debido fundamentalmente a sus exportaciones de soja y de otros productos oleaginosos (por ejemplo, el girasol, en el caso argentino). México y los países centroamericanos también han aumentado sus exportaciones de hortalizas a los EE.UU, especialmente el tomate, que representa en la actualidad casi la mitad de las remesas mexicanas de hortalizas. 50 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? Estos cambios en las exportaciones de la región reflejan cambios más profun- dos. Por una parte, los protagonistas de importancia, los principales beneficiarios de estas nuevas exportaciones, son grandes inversores, compañías extranjeras y distribuidoras. Las grandes empresas han acumulado tierra utilizada en la produc- ción exportable, mientras que los productores más pobres han sido desplazados del mercado u obligados a asentarse en tierras marginales (Thupp et al, 1995), o bien han perdido su autonomía, debiendo articularse a grandes complejos agroin- dustriales para poder sobrevivir. Asimismo, los apoyos que tradicionalmente realizaban los gobiernos de mu- chos países latinoamericanos en favor de la producción de alimentos básicos ca- yeron estrepitosamente y fueron sustituidos por nuevos apoyos a productos de ex- portación. Hubo también un cambio en la orientación dada a la investigación científica en materia agropecuaria. Si bien en 1980 casi el 90% de los fondos dis- ponibles para la investigación agropecuaria se utilizaba en investigaciones que te- nían que ver con la producción de alimentos básicos, en la actualidad sólo el 20% se destina a éstos: el remanente se orienta a investigaciones destinadas a la pro- ducción agropecuaria exportable. Han cambiado las prioridades en materia agro- pecuaria: la tierra, vista tradicionalmente como un recurso que debía ser utiliza- do para la producción de alimentos básicos, se destina cada vez más a la produc- ción agropecuaria exportable capaz de generar los recursos requeridos por el país para pagar los servicios de su deuda externa. En algunos países ya no se investi- gan problemas vinculados con las necesidades de los medianos y pequeños pro- ductores y campesinos agropecuarios. Estos también se han visto obligados a orientar su producción hacia nuevos cultivos o producción exportable. Estos cambios en la producción agropecuaria han traído aparejadas otras con- secuencias negativas. Los nuevos cultivos requieren la utilización masiva de nue- vos pesticidas en cantidades mucho mayores a las requeridas por la producción de cultivos tradicionales. Sea por el mal manejo en el uso de estos pesticidas y de otros agroquímicos o por sus características intrínsecas, estos factores han incidi- do sobre la aparición de nuevas pestes, la difusión de nuevos virus y el deterioro creciente del medio ambiente. La expansión de la producción de hortalizas ha re- sultado en la aparición de nuevos problemas virales: miles de hectáreas plantadas con porotos tuvieron que ser abandonadas debido a la incidencia de nuevos virus. Como consecuencia en muchos países cayó significativamente su producción, en gran medida debido a este factor. Se trata de un problema que también en cierto modo afecta a la soja (Madeley, 1999: 67) La producción de nuevas frutas y hortalizas, y la utilización masiva de agro- químicos que ello requiere, también inciden sobre la salud de los trabajadores. Asimismo se generan nuevas incertidumbres dada la gran volatilidad de los pre- cios de exportación, y las exportaciones de estos productos a los EE.UU. se en- cuentran con estándares sanitarios muchas veces difíciles de sobrellevar. La situa- 51 Miguel Teubal yendo significativamente a la pérdida de su autonomía. Esta situación se da en forma significativa en América Latina. La pérdida de los “derechos” que sobre- viene como consecuencia del patentamiento que realizan las grandes empresas, incluso de cultivos utilizados por centurias por los productores nativos, limita pa- ra esos productores el desarrollo de sus propias semillas y, en última instancia, de “su derecho de supervivencia”. “...Las comunidades de los países en vías de desarrollo están en peligro de tornarse dependientes de fuentes externas de semillas y de los productos quími- cos que requieren para su crecimiento y para protegerlos. La autonomía alimen- taria se torna cada vez más difícil. Aún si la diversidad genética fuese salvada, no quedaría garantizada la autonomía ni el desarrollo. No obstante, la pérdida de la diversidad genética reduce las opciones de los productores agropecuarios y pro- mueve su dependencia...” (Madeley, 1999: 31). Las grandes CTA también dominan una parte apreciable del procesamiento y la distribución final de alimentos a escala mundial. Entre las estrategias que uti- lizan para acrecentar su participación en los diversos mercados en que operan se encuentran mecanismos para aumentar la concentración y centralización horizon- tal del capital en ramas industriales definidas, la creciente integración vertical de la producción, la conformación de conglomerados (o sea, la expansión de estas empresas hacia actividades no necesariamente vinculadas con su producción tra- dicional) y, por último, estrategias de globalización que involucran la difusión de su actividad hacia múltiples áreas geográficas y países. En este sentido son em- presas que ocupan un lugar estratégico en el sistema agroalimentario y agroindus- trial mundial frente a infinidad de productores agropecuarios y consumidores. En términos generales, las actuales CTA comenzaron siendo empresas relati- vamente pequeñas vinculadas con mercados locales. Alos efectos de aumentar su rentabilidad, comenzaron a expandirse hacia otras regiones geográficas. Esta ex- pansión involucró la construcción de nuevas facilidades productivas, la adquisi- ción de empresas y la fusión empresarial. Ya a comienzos de siglo en los EE.UU. se había logrado un alto grado de concentración en algunas ramas industriales. Por ejemplo, la faena y el procesamiento de cerdos y carne vacuna eran dominados por las empresas Wilson, Armour y Swift. Con el andar de los años Swift y A r m o u r fueron adquiridas por ConAgra, que también se hizo cargo de Miller y Monfort. En la actualidad, las cuatro empresas procesadoras más importantes de sus respec- tivos sectores dominan el 87% de la faena de carne vacuna en los EE.UU.: IBP, ConAgra (Armour, Swift, Monfort, Miller), Cargill (Excel) y Farmland Industries (National Beef); el 60% de la de cerdos (Smithfield, IBP, ConAgra, Cargill); el 55% de la faena de pollos (Tyson-Foods, Gold Kist, Perdue Farms, ConAgra); y el 73% de la faena de cordero (Conagra, Superior Packing, High Country). En otras áreas agroindustriales de los EE.UU. el grado de concentración es semejante: en el sector molinero las empresas Archer Daniels Midland, ConAgra, 54 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? Cargill y Cereal Food Processors dominan el 62% del mercado; en lo que respec- ta al procesamiento de la soja, Archer Daniels Midland, Cargill, Bunge y Ag Pro- cessors participan con el 76% del mercado. En el Medio Oeste de los EE.UU., las cuatro firmas agroindustriales más im- portantes dominan más del 40% del procesamiento de todos los productos agro- pecuarios de la región. El control oligopólico de estas empresas les otorga “...una influencia desproporcionada sobre la calidad, cantidad, tipo, localización y pre- cios de la producción, y sobre el conjunto del sistema alimentario. La única eta- pa en la cual un conjunto de firmas se equipara al poder económico de las proce- sadoras es a nivel minorista, en donde también se da una gran concentración ho- rizontal...” (Heffernan, 1998: 51). En efecto, aquello que se describe para la eta- pa del procesamiento industrial se repite en forma significativa a nivel de la dis- tribución final de productos alimenticios, en donde el supermercadismo se expan- de a pasos agigantados a escala mundial. No cabe duda de que las grandes empresas tienen una serie de ventajas que les permiten dominar los mercados mundiales y posicionarse en ellos mucho mejor que las medianas y pequeñas empresas. No sólo se trata de la posibilidad de dis- poner de fuentes financieras, de financiamientos cruzados para diversas activida- des, sino también de ejercer una creciente integración vertical a lo largo de las res- pectivas cadenas agroindustriales. Por ejemplo, una firma como Cargill no sólo tiene una participación importante a nivel de la faena y el procesamiento de diver- sos tipos de carnes; también es una importante comercializadora de granos y ali- mentos balanceados, que en los EE.UU. y en otros países centrales constituyen la materia prima básica del complejo cárnico. Otro ejemplo lo constituye ConAgra: tal como señalamos más arriba, no sólo tiene intereses en el procesamiento de car- nes, cereales y oleaginosas de todo tipo, siendo además el principal productor mundial de pavos y el segundo productor de aves; entre otras actividades, también posee cien silos para granos, dos mil vagones de ferrocarril y mil cien barcazas pa- ra el transporte de sus productos. Produce sus propios alimentos balanceados, y es dueña de una serie de establecimientos incubadores de pollos. También tiene inte- reses en etapas posteriores de la cadena agroalimentaria. Los pollos hechos pue- den ser vendidos por Country Pride, y luego están los denominados “TV D i n n e r s ” y otros productos elaborados con las marcas Banquet y Beatriz Foods, todos los cuales pertenecen a ConAgra. Vemos así que una parte importante del sistema ali- mentario estadounidense es controlada por ConAgra. Es la segunda firma agroali- mentaria más importante de los EE.UU. después de Phillip Morris, y la cuarta más importante a escala mundial, con operaciones en treinta y dos países. Estas empresas operan en una serie de países y por ende constituyen los sím- bolos más destacados de los procesos de globalización. Muchas se han transfor- mado en conglomerados. Cargill, por ejemplo, no sólo es un importante procesa- dor de carnes y granos: también procesa hierro, otros metales y productos petro- 55 Miguel Teubal líferos. Phillip Morris, asociada fundamentalmente al tabaco y los cigarrillos, es la corporación alimentaria más importante de los EE.UU. y la segunda en impor- tancia en el mundo en general. La monopolización creciente de los mercados y la aglomeración de las empresas se manifiesta también en lo que respecta a Mitsu- bishi, conocida como una de las principales automotrices del mundo, es en la ac- tualidad también se ha transformado en una de los principales procesadoras de carnes. La creciente integración que realizan estas empresas en el marco del sis- tema agroalimentario mundial se manifiesta por el hecho de que Pioneer Hi-Bred, DeKalb, Mycogen y otras semilleras, que son dueñas de una serie de variedades creadas mediante el uso de biotecnologías, están constituyendo una nueva rela- ción organizativa con empresas químicas (Novartis, Monsanto, DuPont, Dow) y con aquellas firmas que en última instancia procesan las nuevas variedades gené- ticamente modificadas (ConAgra, Cargill) (Heffernan, 1998: 59). Estos son los elementos que nos permiten visualizar los procesos de globa- lización en los cuales están involucrados una serie de importantes actores socia- les, en particular grandes empresas transnacionales agroindustriales. La concen- tración económica que han impulsado en décadas recientes ha sido acompañada por la correspondiente concentración del poder. Cabe preguntarse entonces qué es lo que esta situación depara a los millones de productores agropecuarios del continente americano, a los trabajadores y a vastos sectores sociales en términos del acceso a la alimentación. Un primer abordaje de esta problemática se presen- ta a continuación, destacando algunos de los avatares que han sustentado a la po- lítica agraria y agroalimentaria en el continente desde los años de la postguerra a esta parte. Cambios en las políticas y procesos agroindustriales en Améri- ca Latina Hacia fines de la década de 1960 y comienzos de los años ‘70, el modelo o r é - gimen de acumulación2 de la postguerra, denominado f o rdista en los países centra- les y de industrialización por sustitución de las import a c i o n e s (ISI) en A m é r i c a Latina, parecía llegar a su fin, o bien porque tendía a “agotarse”, o porque entraba en crisis. Concluida la etapa de reconstrucción de Europa y del Japón inmediata- mente después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo capitalista desarrollado impulsó el Estado Benefactor y las políticas de tipo keynesianas como mecanis- mos de regulación del ciclo económico. Los regímenes equivalentes para algunos de los países de América Latina fueron los procesos y políticas de i n d u s t r i a l i z a - ción por sustitución de las importaciones (ISI), impulsados como respuesta a los efectos de la crisis de los años ‘30 y de las dos guerras mundiales de este siglo3. Esos años de la postguerra fueron interpretados como la “edad de oro del ca- pitalismo” (Hobsbawm, 1996 (1994); Marglin y Schor, 1991), entre otras razones 56 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? ron significativamente hacia regiones del interior. El gobierno militar enmarcó es- tos programas en la doctrina de la seguridad nacional, mostrando su especial preo- cupación por evitar la insurgencia agraria que había cobrado importancia a co- mienzos de los años ‘60 y por integrar las vastas y desconocidas regiones del in- terior a la economía y Estado nacionales. De allí que junto con el andamiaje de medidas tendientes a la modernización rural, especialmente en lo que concierne al crédito agrario, el Estado impulsó diferentes medidas distributivas en favor de los trabajadores rurales: medidas de seguridad social, de salud, salario social, etcéte- ra. El Programa de Asistencia Técnica y Extensión Rural, PRORURAL, “...fue un programa que por primera vez otorgó a los trabajadores rurales la seguridad social, medidas de salud, y otros beneficios sociales (…): el programa estaba diseñado pa- ra lograr un mayor control sobre los sindicatos rurales mientras que impulsaba el crecimiento del movimiento sindical...” (Houtzager, 1998: 11 8 ) . En cierto modo, estas medidas, que también se aplicaron en otros países, po- dían ser compatibles con las políticas de integración que caracterizaban a la ISI, ya que medidas redistributivas en el agro en apoyo del campesinado y los media- nos y pequeños productores significaban el fortalecimiento del mercado interno, considerado como de fundamental importancia para la producción industrial in- cipiente4. Asimismo debilitaban a las clases terratenientes tradicionales, favore- ciendo (o por lo menos no siendo incompatibles con) el surgimiento de burgue- sías industriales en ascenso. Hacia los años ‘70, en la mayoría de los países latinoamericanos comienzan cambios en las políticas agrarias que modifican sustancialmente las modalidades de funcionamiento del sector. Los ajustes estructurales empiezan a tener efectos en el sector agropecuario al potenciarse desregulaciones de todo tipo, aperturas y privatizaciones que afectan a gran parte del andamiaje institucional y empresarial desarrollado en la etapa anterior. La nueva política gubernamental “...basada en la privatización de la economía, la inversión extranjera y la apertura comer- cial...”, junto con la disminución en términos reales de los subsidios y del gasto público, y el retiro del Estado en los procesos de comercialización y regulación de la actividad agropecuaria, “...pretenden crear las condiciones para transformar el capital privado nacional y extranjero en el principal agente de la reactivación del sector...” (Romero Polanco, 1995: 69-70). Esta modalidad de política que abre el campo a procesos de globalización, motorizada en muchos casos por las gran- des CTA, se difunde a lo largo y a lo ancho del continente. Entre las normas o políticas más corrientes que se adoptan se encuentra el fin de subsidios, precios sostén o de garantía, y de los créditos presuntamente “sub- sidiados” para el sector. Estas medidas son acompañadas por abruptas medidas de liberalización arancelaria y aperturas al exterior que en muchos casos impiden a las agriculturas nacionales competir con productos y empresas internacionales fuertemente subsidiados en sus países de origen. Como consecuencia el crédito 59 Miguel Teubal se hace caro, y los productores agropecuarios se enfrentan con precios mucho más variables e inestables. Asimismo se reducen los recursos públicos destinados a la asistencia técnica, la extensión, la investigación científica y tecnológica vin- culada con el sector, y las inversiones en infraestructuras. A partir de 1976 el gobierno del Brasil comenzó a disminuir los incentivos crediticios al sector agropecuario. Eliminó el crédito para las inversiones, y en la década de 1980 redujo el monto del crédito destinado al sector agropecuario a la mitad (de 250 billones de cruzeiros a 125 billones de cruzeiros) (Brumer y Tava- res, 1998: 25). Sin embargo, continuaron determinadas políticas de precios míni- mos, por ejemplo para la soja. Asimismo, el gobierno se comprometió a mante- ner los incentivos para que siguiera creciendo el sector a tasas razonables5. En diversos países, muchos de los organismos que tradicionalmente regula- ban la actividad son eliminados o se privatizan. En la Argentina, por el decreto de desregulación del año 1991, quedaron eliminados de cuajo los principales orga- nismos que habían regulado la actividad agropecuaria desde 1930 a esta parte: la Junta Nacional de Carnes, la Junta Nacional de Granos, la Dirección Nacional del Azúcar, etcétera. La eliminación de estos organismos de control, por ejemplo de la Junta Nacional de Granos, significó que se volviera a dar a las grandes empre- sas exportadoras el control de las exportaciones cerealeras. Como parte de esta política se desreguló y privatizó gran parte de la estruc- tura agroindustrial vinculada con el campo mexicano. Una serie de empresas, fi- deicomisos y organismos estatales fueron transferidos al sector privado. “...El sal- do de la desincorporación en el medio rural apuntaló la emergencia y fortaleci- miento de grandes grupos financieros nacionales y transnacionales que adquirie- ron las entidades públicas económicamente más redituables y con mejores pers- pectivas comerciales. (...) En 1989 el sector agropecuario contaba con ciento tres entidades y organismos, en 1992 cuenta con veintiséis. Los grandes grupos finan- cieros compraron bodegas, supermercados y centros comerciales, complejos agroindustriales de granos, leche y productos pecuarios de la gigantesca paraes- tatal CONASUPO, plantas industriales de Fertimex, Tabamex e Inmecafé, in- fraestructura portuaria, laboratorios, ingenios azucareros, etcétera” (Encinas, de la Fuente, Mackinlay y Romero, 1995: 24). Entre las medidas más “estructurales” que acompañaron a estos cambios de política, se plantea el fin de la reforma agraria. En México, la reforma del artícu- lo 27 de la Constitución da por finalizado el reparto agrario que se venía mani- festando desde la Reforma Agraria cardenista. La reforma del artículo 27 de la Constitución mexicana, “...piedra angular del pacto social entre el Estado y el sector campesino (...) busca desde la óptica oficial readecuar la estructura de te- nencia de la tierra de acuerdo con las necesidades impuestas por la privatización y globalización de la economía mexicana, creando un nuevo marco jurídico más favorable para atraer inversiones en el campo, generar economías a escala y fo- 60 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? mentar distintas formas de asociación entre el capital privado y los productores tradicionales con potencial productivo...” (Romero Polanco, 1995: 70)6. En la Argentina, en los años ‘70 y ‘80 surge un nuevo contratismo con el au- ge de contratos accidentales, dejándose de lado las normas atinentes a las leyes de arrendamiento promulgadas en los años ‘40. Asimismo comienza un período de consolidación de la gran propiedad y desaparición continua de la mediana y pequeña propiedad. En los años ‘90 los medianos y pequeños propietarios se en- contraban en una situación difícil, atacados por la política desregulatoria del go- bierno, generándose protestas y movilizaciones de diferente tenor. Funcionarios de gobierno proclaman que es inevitable la desaparición de 200 mil productores, la mitad de los existentes en la actualidad (Giarracca y Teubal, 1995). En Brasil la situación es sustancialmente diferente en este aspecto. Desde el ini- cio del régimen civil en los años ‘80, los conflictos sociales agrarios asumen una nueva centralidad, influyendo significativamente sobre la Asamblea Nacional Cons- tituyente. La nueva constitución nacional de 1988 incluye, entre otras, reglas refe- rentes a la política agrícola, la política de tierras, la reforma agraria, del medio am- biente, y de la seguridad y previsión sociales. Las disposiciones constitucionales re- feridas a la reforma agraria fueron reglamentadas en 1993. Através de la Ley A g r a- ria de 1993 “...fueron establecidos criterios operacionales para la reglamentación del principio de la función social de la propiedad fundiaria...” (Brumer y Tavares, 1998: 33). El movimiento más importante que en la actualidad motoriza a los trabajadores rurales es el Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (MST). Reflexiones finales La consolidación de un sistema agroalimentario mundial bajo la égida de gran- des corporaciones transnacionales, conjuntamente con las políticas de liberaliza- ción y de ajuste estructural aplicables al medio rural, son factores que influyen sig- nificativamente sobre la “nueva ruralidad” en ciernes de América Latina. No cabe duda de que se han ido estableciendo pautas, estructuras, tendencias y nuevas for- mas organizativas que estarían transformando profundamente al medio rural. Si las tendencias globalizantes a las que hacemos referencia en este artículo se mantienen, es muy probable que tal ruralidad resulte vaciada en forma crecien- te de su contenido agrario. En este sentido, las transformaciones que se manifies- tan en el medio rural y que describiéramos al inicio de este trabajo, pueden, co- mo hemos intentado establecer aquí, relacionarse estrechamente con los procesos de globalización en sus diversas manifestaciones. Estas tendencias de la globali- zación apuntan al empobrecimiento e incluso la desaparición de los tradicionales actores sociales del medio rural: campesinos, medianos y pequeños productores agropecuarios, trabajadores rurales, etcétera. 61 Miguel Teubal the Social Structure of Accumulation Theory”, en Science and Society Nue- va York) Vol. 54, Nº 1, Primavera. Maglin, S. y Schor, J. (compiladores) 1991 The Golden Age of Capitalism (Oxford: Clarendon Press). 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Notas 1 También se dejó sin protección en los EE.UU. a industrias textiles, automo- trices y siderúrgicas a cambio de un mejor acceso de mercado para los secto- res de servicio y financiero (McMichael, 1995). 2 Por régimen de acumulación nos referimos a una “...particular forma del proceso de acumulación gobernada por un conjunto particular de normas so- ciales...” (Kotz, 1990: 7); “...representa un patrón distintivo de la evolución económica que, aunque limitado en el tiempo histórico, es relativamente es- table...” (Brenner y Glick, 1991: 47). 3 “...Uno de los factores cruciales que afectaron al sector agrario latinoame- ricano fue el desarrollo de una industria capitalista, aparejado al ascenso de la burguesía industrial y del Estado moderno. En países como Brasil, Argen- tina, México y Colombia, en donde ya había una industria ligera desde prin- cipios del siglo, la crisis económica internacional de los treinta estimuló no- tablemente el proceso de industrialización. En efecto, la disminución de las ganancias obtenidas mediante la exportación y la consiguiente falta de divi- sas para pagar la importación de manufacturas -ambas resultantes de la con- tracción de los mercados mundiales- produjo una situación favorable al de- sarrollo industrial acelerado. Muchos gobiernos revisaron su política econó- mica para alentar la ‘sustitución de importaciones’, o sea, la producción lo- cal de artículos tales como textiles, calzado, productos químicos ligeros y ali- mentos empacados, la mayoría de los cuales antes se habían importado...” (Burbach y Flynn, 1983: 106). 4 No es de extrañar que en Corea y en Taiwán los inicios del auge económi- co en los años de la postguerra se basaran también en la instauración de im- portantes reformas agrarias. Sin embargo, en muchos países de América La- tina, como señala de Janvry, el efecto de la reforma agraria sobre la consoli- dación del mercado interno era mínimo (de Janvry, 1981: 211-212). 5 Los complejos agroindustriales se hallaron relativamente consolidados para esa época. Según la política de precios mínimos de los dos primeros años de la década de 1980, el gobierno se comprometió a comprar los productos agrí- colas incluidos en el programa al precio mínimo establecido independiente- mente de los precios vigentes del mercado (Brumer y Tavares, 1998: 25). 6 El nuevo esquema modernizador del agro mexicano exigía “...una nueva actitud de los productores rurales, ya que sólo aquellos sectores de agriculto- res que demuestren eficiencia productiva y competitividad...” podrían aspirar a recibir apoyos y subsistir en el mercado. En este esquema, la mayoría de los recursos financieros y tecnológicos se concentran en estimular la produc- ción de actividades donde existen perspectivas de competir en el mercado na- cional e internacional (Romero Polanco, 1995: 71). 65 Miguel Teubal O conceito de Rural Deis Siqueira * e Rafael Osório ** Introdução A s políticas neoliberais vêm se tornando cada vez mais hegemônicas,sobretudo após a queda do Muro de Berlim, em 1989. Identificam-se,nesta atual “etapa superior do desenvolvimento do capitalismo”, novas formas de flexibilização do trabalho, liberalização financeira, privatizações, novas aberturas ao exterior e fragilização dos Estados nacionais. Afinal, trata-se da substituição de formas “tradicionais” estatais, por formas globais de se governar as práticas de mercado, no sentido de que se reorganizem os Estados para que as condições de realização da livre circulação de dinheiro e de mercadorias sejam facilitadas. Podemos pensar, portanto, em uma disciplina e uma autoridade abstrata do mercado. Ainda que a globalização seja antiga, vem tomando esta nova configuração. Como categoria histórica, la globalización es un equivalente a la “internacionalización económica”, y por lo tanto es un fenómeno intimamente vinculado com el desarrollo capitalista. Si por globalización entendemos la internacionalización económica ... entonces no es un fenómeno nuevo, inédito ni irreversible (Saxe-Fernández, 1998: 88). 67 * Licenciada em antropologia e sociologia, Universidade de Brasília, 1975. Dra., Universidad Nacional Autónoma de México, 1984. Professora do Departamento de Sociologia. Instituto de Ciência Sociais, Universidade de Brasília; investigadora del CNPq – Conselho Nacional de Desenvolvimento Científico e Tecnológico. Presidenta da ONG-Organização Não-governamental IDB – Instituto Diversidade Brasil. Pós-doutoranda, Departamento de Antropologia Social e História da América e África, Universidade de Barcelona, Espanha. ** Mestrando em Sociologia, Departamento de Sociologia, Instituto de Ciências Sociais, Universidade de Brasília. al presente. Un presente marcado por la moderna sociedad industiral, donde el cambio tecnológico, la transmisión de la información y de la cultura, los nuevos medios de transporte y, en fin el proceso general de globalización, tienden a disolver la estrecha correlación que existía entre aquellos tres universos (natural, rural e urbano-industrial) y sus correspondientes territoriales (Toledo, 1998: 172). Assim, para a discussão que nos ocupa, a reflexão em torno da categoria espaço é fundamental. Esta vem se transformando profundamente, permitindo-nos olhar o universo do mundo globalizado de maneira privilegiada. Isto porque uma das conseqüências da globalização é o fenômeno da desterritorialização. Não se está afirmando que as fronteiras tenham se acabado, e sim que estas vêm sendo reconstruídas, a partir de novas lógicas, ainda que não se extingam as antigas. Afinal, critérios sócio-culturais podem ser muito mais importantes do que fatores tais como clima e tecnologia no processo de construção e reconstrução do espaço (Rosendahl, 1996: 38). Em algumas regiões do planeta torna-se cada vez mais difícil distinguir os jardins urbanos, os jardins das casas, as paisagens não manejadas, as parcelas agropecuárias. Inclusive o aparecimento de novas indústrias, dispersas e mesmo camufladas ...en el paisage de una naturaleza completamente humanizada terminan por trastocar, de manera definitiva, la expresión territorial o geográfica, compondo-se mais um continuum paisagístico do que espaços definíveis (Toledo, 1998: 172). Como pensar o espaço, categoria tão fundamental até recentemente para se pensar o rural, e mesmo o rural em sua relação, tão habitualmente referida em termos de rural-urbano? O Conceito de Rural A realidade é um fenômeno extremamente complexo. Nossos sentidos nos permitem apreendê-la em alguns de seus aspectos e hoje sabemos que outras espécies que conosco compartilham o planeta têm outros sentidos (ou às vezes o mesmo sentido organizado de outra forma) que lhes facultam apreender a mesma realidade sob aspectos inteiramente distintos. Assim, os limites à compreensão integral da realidade começam pela nossa percepção dela. É na realidade que os seres vivos têm que satisfazer as exigências de seus organismos. Para tanto, não basta perceber a realidade, é preciso agir nela e sobre ela, a partir da forma como é percebida. Nos animais esta ação é preponderantemente instintiva: os comportamentos que os animais adotam em função da sua percepção da realidade, a forma de organização das suas 70 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? experiências individuais, são geneticamente determinados e, ainda que algumas espécies possam ser condicionadas, ou mesmo levadas a aprender algumas coisas, isto desempenha um papel muito pequeno na existência do ser em questão. Entretanto, o ser humano tem uma peculiaridade que o distingue dos demais animais. Como aponta o antropólogo Cliffort Geertz (1973), a partir de um determinado ponto de sua evolução biológica, o aparato cerebral passou a d e s e n v o l v e r-se de forma dependente da cultura: Como nosso sistema nervoso central – e principalmente a maldição e glória que o coroam, o neo-córtex – cresceu, em sua maior parte, em interação com a cultura, ele é incapaz de dirigir nosso comportamento ou organizar nossa experiência sem a orientação fornecida por sistemas de símbolos significantes (p. 37). A cultura é um poderoso sexto sentido que serve aos seres humanos como instrumento para orientar a org a n i z a ç ã o das experiências individuais e da coletiva. Através dela temos acesso a uma extensão da realidade, o seu mundo particular, que só por ela mesma é perceptível. Embora a cultura tenha infinitos aspectos, um deles nos interessa particularmente aqui, que é o seu caráter taxonômico. Toda cultura, por menos elaborada que seja, possui uma estrutura de classificação da realidade, tanto da “real” quanto da “cultural” e social (Durkheim e Mauss, 1973). Vários autores clássicos das Ciências Sociais, como por exemplo Marx, Weber, Durkheim, Parsons, concordam que com o desenvolvimento histórico as sociedades e as culturas foram progressivamente se tornando mais diferenciadas. Embora existam diversas diferenças entre eles a respeito de como se deu o processo e porquê e em que áreas, este é um ponto sobre o qual existe um razoável consenso: a diferenciação amplia as possibilidades de classificação e de composição de cosmovisões sobre a realidade. A diferenciação é um processo dialético não só na diacronia, mas também em sincronia. Ao mesmo tempo em que gera uma autonomia entre as esferas, ou instâncias, da vida humana, que progressiva e continuamente derivou, fragmentando algo que antes estava integrado, cria uma maior interdependência entre elas. Diacronicamente, leva a uma multiplicação de esquemas concorrentes ou coexistentes de classificação da realidade. Estes esquemas não são produtos de indivíduos isolados. São socialmente produzidos e se constituem de representações. Entretanto, as representações não estão uniformemente distribuídas pelo corpo social e um objeto pode ter representações variadas dependendo do tipo de socialização que o seu observador “sofreu” (Durkheim, 1989). Esta distribuição se torna mais desigual à medida que a diferenciação progride e as sociedades contemporâneas passam a abrigar, negociando essa convivência da melhor forma possível, conflitos inerradicáveis de valores últimos (Weber, 1992). Um dos sistemas de classificação do mundo mais complexos que existe é o técnico-científico, que detém, na modernidade, o monopólio da verdade, conquistado à religião. 71 Deis Siqueira e Rafael Osório A ciência possui uma peculiaridade que a distingue dos demais esquemas de classificação e conhecimento do mundo, que é a impessoalidade e a objetividade (ao menos hipoteticamente) das suas representações, que por isso são denominadas conceitos. Assim, para uma pessoa normal, a idade dos outros é objeto de representações: o outro é velho, ou é novo, ou outra coisa, mas as representações da velhice e da juventude são extremamente variadas e calcadas em diferentes aspectos, ainda que possuam um núcleo comum. Para o pesquisador, a idade é o tempo transcorrido do nascimento da pessoa até a data de referência da pesquisa. É possível também definir quem é velho, mas a definição não pode ser feita nas mesmas bases que sustentam as representações sobre a velhice. Para conceituar a velhice é necessário dizer a partir de quantos anos se é velho, precisamente. Logicamente, este limite não é estabelecido a partir de nada. O conceito é um tipo especial de representação construído a partir da sujeição sistemática das representações relacionadas ao aspecto da realidade que está sendo conceituado a “testes” empíricos; uma média aceitável e construída metodicamente a partir de um conjunto de representações que pré- informavam o produtor do conceito e que o levaram a empreender a pesquisa e conceituar um aspecto determinado da realidade. Retomaremos isto adiante. A diferenciação é o processo que cria o objeto da nossa discussão, o rural. Se nos remetemos ao período da Idade Média, o qual antecede à época em que vivemos, não precisamos refletir para constatarmos a irrelevância de uma discussão sobre o rural e o urbano para o homem medieval. Logicamente, as cidades já existiam, entretanto, apenas parcela pouco significativa da população nelas residia. As pessoas plantavam para o sustento de sua própria comunidade feudal, levando uma vida que hoje classificaríamos de “rural”, embora para eles isto não tivesse, provavelmente, importância. Naquela época as cidades eram sobretudo pontos onde se localizava o(s) santuário(s), onde se realizava troca de mercadorias e portanto centros comerciais e administrativos. Já no período paleolítico, o que efetivamente foi verificado com o surgimento das cidades foi a concentração de diversas funções até ali dispersas, e desorganizadas dentro de uma área limitada. Essa concentração, realizada no interior de muralhas, já continha partes da proto-cidade: santuário, fonte, aldeia, mercado e fortificação (Rosendahl, 1996: 41). De qualquer forma as cidades começam a ganhar importância no processo de transição para o capitalismo. Centros de comércio, as cidades-estado italianas, Gênova, Milão, Florença e Veneza, foram as pioneiras do capitalismo em sua fase de acumulação primitiva (Arrighi, 1996). Era então o capitalismo essencialmente comercial. Todavia, a população ainda era majoritariamente “rural”. Costumamos identificar a aceleração da migração da população para as cidades com o advento da Revolução Industrial e a ascensão do capitalismo industrial dando à 72 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? conceitos deixam com o tempo de ser operacionais em relação aos conteúdos a que se aplicam. Com a agregação de novos elementos às representações do rural e do urbano e graças aos efeitos que estas exercem sobre as realidades que representam, torna-se mais difícil “achar” um rural que equivalha ao definido no conceito tradicional. Mas as mudanças não se dão somente neste nível, dão-se também em vários outros. Para o marxismo o desenvolvimento do campo nos moldes capitalistas, com o estabelecimento de uma sociedade dividida em duas classes, a dos grandes proprietários e donos dos meios de produção rurais, e um proletariado rural “sem terra”, possuidor apenas de sua força de trabalho, era uma questão de tempo – o crescente desenvolvimento das forças produtivas capitalistas. Isto representava uma séria ameaça aos camponeses, que trabalhavam a terra em moldes tradicionais com a família. Entretanto, nem todos os teóricos consideravam que os camponeses estariam fadados ao desaparecimento com uma inevitável capitalização do campo. Alguns, como Chayanov (1974), consideravam que a agricultura camponesa resistiria por ter vantagens em relação ao capitalismo, pois a economia familiar poderia se manter em condições inviáveis para uma empresa capitalista, como trabalhar por períodos sem angariar lucros. Outros, como Kautsky (1968), líder da II Internacional, preferiam acreditar que com o desenvolvimento do capitalismo na agricultura não haveria nem a supressão do campesinato e da pequena exploração agrícola, tampouco o estabelecimento da exploração camponesa por sua suposta eficiência superior, mas a coexistência da pequena e da grande exploração. O que importava destacar seria o processo de industrialização da agricultura. Graziano da Silva (1996, 1997) chama a atenção para as mudanças que ao se operarem na sociedade brasileira transformaram o rural, o urbano e as suas relações, tornando praticamente impossível a análise destes meios através da conceituação dicotômica tradicional. Assim sendo, seria necessário na contemporaneidade entender o rural e o urbano como um contínuo. Isto porque o rural se urbanizou, tanto devido ao desenvolvimento e aplicação de técnicas industriais de agricultura, quanto devido, o que é sem dúvida muito interessante, ao transbordar do urbano para o rural. Solari (1979) concorda com o fato de que em face das mudanças por que passou o campo, a idéia de contínuo passa a ser mais eficiente para conceituar a realidade. Entretanto ele pondera, como também faz Carneiro (s.d.), que a idéia do contínuo não deve ser comprada sem reflexão, pois em vários locais, especialmente nos países em desenvolvimento e nos países “atrasados”, a industrialização da agricultura e as outras mudanças que levam à formulação da continuidade entre o rural e o urbano ainda não se constituíram. A diferenciação não opera com a mesma intensidade em todos os pontos do globo terrestre. Assim, se a nova conceituação de rural e urbano é eficiente para o campo altamente industrializado e urbanizado dos países desenvolvidos e de determinadas áreas dos países em desenvolvimento, a conceituação tradicional 75 Deis Siqueira e Rafael Osório pode ser ainda eficiente para conhecer a realidade nos locais aonde ainda impera a dicotomia e o campo ainda está longe da cidade. Retomando a relação com o processo de diferenciação, podemos perceber que após o surgimento do urbano e do rural, a diferenciação prossegue dentro das instâncias. Acontinuada diferenciação interna termina por contribuir para minimizar a externa, que ocorreu inicialmente, trazendo de novo à tona as relações profundas existentes entre as instâncias que haviam sido perdidas de vista. Metaforicamente, é como se um plano fosse dividido ao meio e suas metades recebessem respectivamente as cores preto e branco. É a primeira etapa da diferenciação, em que a atenção se foca no contraste, e não no relacionamento profundo que existe, não pelas cores, mas pelo fato de serem as metades partes do mesmo plano. Gradualmente, a fronteira antes nítida entre as cores começa a se transformar. O preto entra no branco e o contrário, gradualmente, as tintas se misturam e por fim temos o plano preenchido não mais por duas metades, mas por um gradiente que vai do branco em um extremo do plano ao preto em outro, passando por infinitos tons de cinza. É a segunda etapa da diferenciação, quando as definições precisas são implodidas e ressurge gloriosa a relação profunda e a unidade existente entre preto e branco, componentes do mesmo plano, da mesma realidade. Em alguns lugares do Brasil, o plano ainda se encontra seccionado em metades contrastantes, em outros, já há o gradiente, o contínuo. Assim, se levarmos em consideração os alertas de Solari (1979) e Carneiro (s.d.), não precisamos desqualificar os argumentos de Graziano da Silva (1996, 1997), pois podemos entendê-los não com a pretensão de se referir ao Brasil inteiro, mas a um “novo rural” que emerge em algumas áreas específicas do país, principalmente naquelas áreas rurais mais próximas e integradas a grandes centros metropolitanos. Nestes locais, o apelo ambiental do rural, que é um tipo de representação relativamente novo, conjugado às antigas representações idílicas e românticas do rural, fizeram com que este espaço passasse a ser ressignificado. Como nos diz Graziano da Silva (1997), as pessoas passaram a buscar o rural como ambiente para o lazer e para a fuga dos problemas da vida urbana, investindo em chacáras, hotéis-fazenda, spas e coisas do gênero. Paralelamente, o homem do campo deixa de ter uma atividade fixa e começa a se configurar como um trabalhador de tempo parcial, que não mais se ocupa de tarefas exclusivamente rurais. Torna-se um trabalhador pluriativo, fenômeno bem descrito por alguns estudiosos, como, por exemplo, Lauro Mattei (s.d.) no seu trabalho sobre a pluriatividade em Santa Catarina. Ou seja, começa a se formar no rural um mercado para profissões outrora tipicamente urbanas, motoristas, secretárias, professores, administradores e muitos outros. Graziano da Silva (1997) aponta que este processo teve um efeito curioso, que foi um aumento da renda do rural, algo que sempre tinha sido, sem sucesso, o objeto de políticas públicas de combate à miséria no campo. São precisamente as rendas oriundas de atividades não-agrícolas as responsáveis por esta melhoria. Mas não devemos perder de vista o fato de que em grandes áreas do país parte da população rural vive como no século passado. 76 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? Assim, a conceituação de rural vai depender diretamente da localidade a que nos referimos, já que, por exemplo, no interior de São Paulo a realidade está organizada de uma forma totalmente diversa da forma que assume em outros rincões do país. Entretanto, a forma que escolhemos para conceituar a realidade não depende exclusivamente de como a percebemos organizada, mas também de como a organizamos. Assim os conceitos partem das representações e dos conceitos pré-existentes. Graziano da Silva e seus colegas jamais falariam de um contínuo se a dicotomia não estivesse conceitualmente postulada, se novas representações não houvessem sido acrescidas ao estoque de possibilidades de classificação de aspectos da realidade, se representações antigas não tivessem sido polisemizadas, investidas de novos conteúdos e significações. O conceito de rural, como muitos outros, é simultaneamente suficiente e insuficiente, porque a realidade não conhece classificações ou esquemas de qualquer espécie: nós é que os criamos para nos orientarmos na complexidade da existência, da realidade, a qual precisamos conhecer, seja através de teorias científicas, religiosas ou de senso comum. Para organizar a nossa experiência, nós emolduramos de várias formas a realidade, e o conceito de rural é uma delas. Mesmo os conceitos que se poderiam pensar os mais precisos e objetivos são calcados nas representações várias existentes sobre o aspecto da realidade que se pretende conceituar. Assim, por exemplo, o conceito de rural utilizado nas pesquisas do IBGE (PNADs, Censos...) é o seguinte: o que o município define como rural em seu plano diretor. Ora, o plano diretor do ordenamento espacial dos municípios é elaborado por uma equipe de técnicos, mas é submetido à aprovação das câmaras municipais. Ou seja, são critérios políticos que definem, em última análise, o que é urbano e o que é rural. E os políticos não decidem com base em critérios racionais, mas com base na tradição e nas representações que eles têm do que é o rural, já que esta história de fazer conceitos precisos e objetivos é um problema das ciências sociais e não da política. Concluindo, podemos dizer que o conceito de rural está passando por uma reelaboração. Provavelmente, jamais haverá consenso sobre ele nas ciências sociais, devido às características peculiares do nosso ramo do conhecimento, já exaustivamente discutidas por vários autores. Assim, é prudente ao se empreender um trabalho de fôlego que envolva a utilização deste conceito, explicitar claramente em que sentido ele é entendido e quais os fenômenos, quais aspectos da realidade, a que se refere. Obviamente isto tem que ser calcado tanto nas representações do domínio do senso comum quanto nos conceitos existentes no campo das teorias científicas, senão correríamos o risco extremo de nos deparar com alguém que denominasse urbano o rural e vice-versa. 77 Deis Siqueira e Rafael Osório Superando el paradigma neoliberal: desarrollo popular sustentable David Barkin * “ . . . C i e rtas sociedades, traumatizadas por los choques políticos, económicos y ecológicos, necesitan catalizadores para recuperar sus capacidades organizativas y creativas...”. Ben Abdallah y Engelhard (1993) E l neoliberalismo está exacerbando la polarización de la sociedad en todassus dimensiones. El ajuste estructural, con su programa de integración ala economía internacional y austeridad del sector público, ha reducido ra- dicalmente las posibilidades de crecimiento equitativo y satisfacción de las nece- sidades sociales. Para la mayoría de los latinoamericanos, esta apertura neolibe- ral es una pesadilla. La caída del ingreso real, el creciente desempleo y el acele- rado retiro de las redes de seguridad social nos dejan pocas alternativas. Un número significativo de personas, como sea, han elegido intentar cons- truir sus propios caminos de sobrevivencia. En el presente muchas de estas estra- tegias no son más que arreglos precarios para asegurar el ingreso necesario a fin de mantener cuerpo y alma unidos. Comprenden una combinación de formas tra- dicionales de producción para incrementar el nivel de autosuficiencia local, fi- nanciado por otras actividades en la misma región u otra. En este momento la gente es forzada a emigrar, aceptando frecuentemente trabajos en las circunstan- cias más desafortunadas, con un deterioro consecuente de sus vidas y contribu- yendo a la desintegración de la cultura y la sociedad. Esta inesperada respuesta de millones que no están dispuestos a aceptar la inevitable absorción del pantano neoliberal ofrece un punto de partida para estra- tegias alternativas, que son exploradas por innumerables comunidades y acadé- 81 * Profesor de Economía en la Universidad Autónoma Metropolitana, Xochimilco, México. Recibió su doctorado en Yale University y el Premio Nacional de Economía Política en México. micos en todo el hemisferio. Las contradicciones del desarrollo neoliberal son tan profundas que hasta el desarrollo de la comunidad internacional ahora reconoce su importancia como un camino para responder a la presente crisis y buscar una ruta progresiva de transición hacia un mundo mejor. Son tan importantes, que una nueva bibliografía se está enfocando a propuestas de nivel local, incluyendo la exploración de problemas relacionados con la participación y el género, mientras que nuevas organizaciones han surgido para tomar ventaja de los espacios políti- cos que esta apertura está creando y para utilizar los recursos que están disponi- bles (Martínez Alier, 1995). Muchas de estas alternativas surgen del interés por la necesidad de buscar un nuevo enfoque de sustentabilidad. Este trabajo se concentra en los problemas pa- ra desarrollar una estrategia de desarrollo sustentable. La sustentabilidad se ha convertido en una parte importante de la discusión sobre el desarrollo. De igual forma, es cada vez más claro para profesionales y académicos que nuestra opi- nión sobre las estrategias de desarrollo debe cambiar.A menos que a los diferen- tes enfoques se les permita crecer, la estrategia de integración económica interna- cional prevaleciente destruirá nuestra capacidad de emprender esta tarea. Dichos nuevos enfoques requieren más que la defensa de nuestro medioambiente. La conservación de los ecosistemas de una región depende de más que de un reco- nocimiento político de la importancia del problema. También requiere del forta- lecimiento y reconstrucción de la capacidad económica y social de la población con el conocimiento y las habilidades necesarios para emplearse en las activida- des productivas requeridas para proteger y enriquecer los sistemas naturales en los que estos recursos existen. Este trabajo se da a la tarea de explorar una estra- tegia de desarrollo sustentable. Construye, sobre los principios de una base pro- ductiva diversificada, el uso creativo de los recursos locales y la participación lo- cal en la planeación e implementación. La herencia del desarrollo La economía dual de hoy en día es un anacronismo. Mientras la internaciona- lización promete hoy más que nunca mayores ganancias para el capital, las contra- dicciones creadas por el empobrecimiento están provocando una intensa y amplia rebelión en muchas partes. En este ensayo se ha trazado la expansión internacio- nal del capital y la manera en que integra a los recursos y a la gente en un sistema polarizado de gran riqueza acompañado por pobreza y despojo. La expansión ha creado vastas áreas deforestadas, sin posibilidades de ser cultivadas, con importan- tes grupos de gente viviendo en condiciones precarias en las áreas rurales o mar- ginales urbanas. Este desperdicio de recursos naturales y humanos impone una pe- sada carga a la sociedad, no sólo en términos de oportunidades desaprovechadas, sino también por los costos del manejo de las tareas de control social. 82 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? Sustentabilidad El desarrollo sustentable se ha convertido en un poderoso y controvertido te- ma, creando metas que parecen imposibles para los políticos y los funcionarios de los organismos del desarrollo. Ahora todos formulan sus propuestas para el cambio en términos de su contribución a la “sustentabilidad”. Existe un recono- cimiento amplio de que no se pueden generalizar los niveles actuales de consu - mo de recursos per cápita en los países ricos a la gente que vive en el resto del mundo. Muchos añaden que los niveles actuales de consumo no pueden ser man- tenidos, aun para aquellos grupos que ahora disfrutan de elevados niveles de con- sumo material1. En este nuevo discurso, los recursos que nos rodean no son sólo el capital natural heredado, incluyendo las materias primas (tales como produc- tos del suelo y subsuelo, buena calidad del agua y el aire, bosques, océanos y tie- rras húmedas), sino también la capacidad de la tierra para absorber los desperdi- cios producidos por nuestros sistemas productivos. Por supuesto, el análisis de los recursos también incluye consideraciones sobre la calidad de los ambientes cons- truidos en los cuales vivimos y trabajamos (una introducción excelente para la discusión subyacente puede encontrarse en Wilson, 1992). El interés en la sustentabilidad se ha globalizado, reflejando el miedo gene- ralizado al deterioro de la calidad de la vida. Los sistemas productivos y los pa- trones de consumo existentes amenazan la continuidad de nuestras organizacio- nes sociales. Los patrones actuales de desarrollo son injustos y antidemocráticos. Como reacción, surge el espectro de la desintegración de los sistemas presentes: social, político, productivo y, aún, de riqueza personal. Una estructura diferente, más acorde con las posibilidades de la tierra para mantener y reproducir la vida, debe reemplazarlos. Para dirigirnos a las cuestiones de sustentabilidad, debemos entonces con- frontar los dilemas fundamentales que enfrentan las instituciones del desarrollo. Aunque los enfoques de la difusión del progreso económico por goteo enrique- cen a algunos y estimulan el crecimiento en economías y sectores “modernos” dentro de las sociedades tradicionales, no responden a las necesidades de la ma- yor parte de la gente. Aún más, contribuyen a agotar las reservas mundiales de ri- queza natural y al deterioro de la calidad de nuestro ambiente natural. En el análisis final, descubrimos que en las condiciones presentes la misma acumulación de riqueza crea pobreza. Mientras que los pobres sobreviven en condiciones infrahumanas y por eso son obligados a contribuir a la degradación ambiental, lo hacen porque les falta la posibilidad de evitar esta destrucción. Aún en el más pobre de los países, los abismos sociales no sólo evitan que los recur- sos sean utilizados para mejorar la situación, sino que realmente agravan el daño, sacando a la gente de sus comunidades y negándole las oportunidades para pro- yectar sus propias soluciones. Por esta razón, la búsqueda de sustentabilidad im- plica una estrategia de un dualismo moderno: por una parte, debe facilitar a la 83 David Barkin Autosuficiencia alimentaria y relación entre producción y consumo El primer asunto que debe ser tratado claramente es la autosuficiencia versus la integración. El sistema actual de comercio global promueve la especialización basada en los sistemas de monocultivo. La sustentabilidad no necesita ser equi- valente a la autarquía o al aislamiento. Sí conduce a un grado de especialización mucho menor dentro de todas las áreas de la producción y de la organización so- cial. La autosuficiencia alimentaria surgió como una necesidad de muchas socie- dades debido a la precariedad de sus sistemas internacionales de comercio. Las tradiciones culinarias específicas surgieron de un conocimiento local altamente sofisticado de frutas y vegetales, hierbas y especies. Aunque la introducción de las tecnologías de la revolución verde elevó tremendamente el potencial produc- tivo de los productores de alimentos, pronto descubriremos cuán duro fue alcan- zar este potencial, y los altos costos sociales y ambientales que tal programa pue- de acarrear. La autosuficiencia alimentaria es un objetivo controvertido que hace surgir la cuestión fundamental de la autonomía. Los partidarios del desarrollo rechazan unánimemente las llamadas de una posición extrema, aunque la declaración me- xicana en favor de ese programa en 1980 ante el Consejo Mundial de Alimenta- ción fue ampliamente aplaudida por los representantes del tercer mundo. Hoy la discusión es más compleja, ya que hay acuerdo general sobre dos factores contra- dictorios en el debate: 1. por un lado, la producción local de los bienes básicos que pueden ser pro- ducidos de manera más eficiente en otro lugar es un lujo que pocas socieda- des pueden sostener, si y sólo si los recursos humanos y naturales no dedica- dos a la producción de estos bienes comerciables pueden encontrar empleo productivo dondequiera; 2. por otra parte, una mayor producción local de alimentos básicos contribu- ye a elevar los estándares nutricionales y mejorar los índices de salud. En el contexto de las sociedades actuales, en el que la desigualdad y las fuerzas dis- criminatorias contra los pobres rurales son la norma, un mayor grado de au- tonomía en la provisión de la base material para un estándar adecuado de vi- da parece ser una parte importante de cualquier programa de sustentabilidad regional. Contribuirá a crear más empleos productivos y un interés en mejo- rar la administración de los recursos naturales. Hay algunas partes del mundo en las que la estrategia de la autosuficiencia constituiría un lujo dispendioso. Implicaría desviar recursos de otros usos que se- rían más productivos por su contribución económica, creando exportaciones que permitirían adquirir mayores volúmenes de alimentos. Pero aún en circunstancias en las que la importación al por mayor de los bienes básicos es recomendable, la gente interesada en el desarrollo sustentable cuestiona la modificación de las die- 86 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? tas locales que sean adecuadas a las posibilidades productivas de sus regiones. En la escena actual, la tendencia a sustituir los productos importados por los alimen- tos tradicionales es particularmente problemática, y presenta terribles consecuen- cias para el bienestar humano en muchas sociedades3. La autosuficiencia alimentaria, sin embargo, es sólo una faceta de una estra- tegia más amplia de diversificación productiva, cuyos principios son en gran me- dida parte del movimiento hacia la sustentabilidad. Los principios de un mayor auto-abasto (en algunos trabajos en América Latina se usó la palabra autoconfian - za) son fundamentales para todos los productos y servicios que una sociedad qui- siera asegurarse a sí misma. Históricamente, los habitantes rurales nunca han si- do “sólo” agricultores, o productores especializados en cualquier producto. Más bien, las comunidades rurales fueron caracterizadas por la diversidad de sus ac - tividades productivas en las que se comprometen para asegurar su subsistencia; son comunidades de administradores de sistemas complejos de recursos. Fue só- lo la aberración de transferir modelos de agricultura comercial a la teoría del de- sarrollo en el tercer mundo lo que contribuyó a menospreciar el carácter multifa- cético de los sistemas locales de producción tradicional. Las estrategias de desa- rrollo sustentable enfrentan directamente este problema, intentando reintroducir esta diversidad, conforme se aferran a los problemas de escalas apropiadas de operación y multiplicidad de productos. La diversificación productiva tiene que relacionarse con el patrón de necesi- dades y recursos locales. En la medida en que la gente no esté involucrada en el diseño e instrumentación de programas que le aseguren sus propias necesidades de consumo, tendrá menos conciencia del impacto de sus demandas sobre el res- to de la sociedad y del ambiente natural. En consecuencia, el enfoque de la sus- tentabilidad confiere gran importancia a establecer una relación directa entre la gente que planifica la producción y aquella que determina qué niveles de consu- mo son posibles. Participación popular, justicia social y autonomía La sustentabilidad involucra la participación directa. Si existe una constante en la bibliografía en el área, es el reconocimiento de que el movimiento ha surgido de las bases populares. Participan en las ONGs y las mantienen como intermediarios que canalizan las demandas de los diversos grupos comunitarios y organizaciones cí- vicas que están empezando a exigir un papel creciente en el debate político nacional. Estas demandas y las respuestas de las agencias oficiales multilaterales y na- cionales son muy ilustrativas. Hay un acuerdo generalizado entre sus defensores con respecto a que las políticas de desarrollo sustentable no pueden ser diseñadas o instrumentadas desde arriba4. Para tener éxito requieren de la participación di- 87 David Barkin recta de los beneficiarios y de otros que puedan ser impactados. Pero hay un acuerdo general de que su participación debe implicar más que un papel mera- mente de consulta. Para que tal enfoque funcione, se requiere que quienes deten- tan el poder se den cuenta de la necesidad de integrar a la gente dentro de las es- tructuras reales de poder con el fin de confrontar los problemas principales de nuestro tiempo. Ello implica una redistribución del poder tanto político como económico. Este prerrequisito es fundamental para cualquier programa de susten- tabilidad, ya que la mayoría de los análisis técnicos destacan que los patrones que perpetúan estas desigualdades conducen a una mayor degradación ambiental (Boyce, 1994; Goodland y Daly, 1993). En esta formulación, la sustentabilidad no versa simplemente sobre la preser- vación ambiental. También involucra la participación activa de la gente, a los efectos de que entienda la dinámica de los sistemas naturales y oriente el redise- ño de los sistemas productivos, de modo tal que sean productivos mientras con- servan la capacidad del planeta para hospedar a las generaciones futuras. Es un enfoque basado en la movilización política. Quizá los aspectos más reveladores de la literatura sobre sustentabilidad son el cúmulo de ejemplos sobre la forma en que la gente puede realizar “actos de solidaridad con el otro cuando el estado no los está viendo” para resolver problemas comunes e iniciar experimentos creati- vos para la innovación social (Friedmann, 1992: 168-171; Ostrom, 1993). Por su- puesto, el trabajo de Albert Hirschmann ofrece ejemplos incontables de las for- mas en que las ONGs y otros grupos de base han tenido éxito en forzar la presión para modificar proyectos de desarrollo como parte de su propia percepción de las prioridades del desarrollo5. Sin embargo, bajo circunstancias especiales, el mis- mo estado podría (verse forzado a) fomentar la “liberación” creativa de energías participativas para inspirar programas de desarrollo local y justicia social que también contribuyan a mover a la sociedad en la dirección de la sustentabilidad (Alves Amorim, 1994; Tendler, 1993). Sin embargo, no debemos acelerarnos: mucha de la bibliografía muestra có- mo y por qué el estado no opera para fortalecer a los pisoteados. La difícil coyun- tura de fines de los ochenta obligó al gobierno mexicano a financiar esquemas de desarrollo de las bases a través de movilizaciones locales en comunidades disper- sas por todo el país. El Programa de Solidaridad fue altamente respetado por la presión internacional y las instituciones multilaterales como un proyecto efectivo de bienestar (y de voto), pero hizo poco por crear oportunidades productivas per- manentes para los participantes, quienes rara vez pudieron continuar una vez que los programas oficiales terminaban. La copia colombiana del programa no prome- te ofrecer mayores oportunidades a los pobres. En su examen de los problemas de erosión del suelo, Blaikie va más allá para explicar cómo las señales del mercado generalmente empujan a los gobiernos hacia programas que benefician a los ricos. Peor aún, gran parte de la investigación para mejorar la productividad agrícola es- tá mal orientada, pero su crítica más general encapsula nítidamente mucha de la 88 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? te se encuentra en regiones que tienen la oportunidad única de tomar ventaja de su status como marginada. Muchas de estas regiones están pobladas con grupos de origen indígena, que todavía atesoran gran parte de la experiencia que ha sido transmitida a través de las generaciones. Las investigaciones recientes en el ter- cer mundo sobre etnobotánica, etnobiología, agrobiología y agrosilvicultura es- tán intentando capturar algo de esta sabiduría. Este trabajo muestra que el poten- cial productivo de la agricultura tradicional es mucho mayor que el comúnmente obtenido, que hay factores culturales que evitan la plena aplicación de este cono- cimiento (incluyendo por supuesto el desdeño prevaleciente por la cultura indíge- na, excepto como un bien de consumo para los turistas e intelectuales excéntri- cos), y que algunos de nuestros descubrimientos de estos sistemas son transferi- bles entre culturas, así como útiles para mejorar los sistemas de cultivo usados por los agricultores “modernos”. Finalmente, conforme hemos realizado más in- vestigaciones sobre tales prácticas culturales indígenas, estamos aprendiendo que los que utilizan este conocimiento han comenzado a integrar los avances tecno- lógicos más recientes en sus prácticas tradicionales, a fin de mejorar la producti- vidad y reducir la cantidad de trabajo requerida para la producción. En estas regiones, el volver a desarrollar la “economía campesina” es tanto de- seable como urgente. No es simplemente un asunto de rescate de culturas antiguas, sino el tomar ventaja de una herencia cultural y productiva importante para pro- porcionar soluciones a los problemas de hoy y del mañana. No es una cuestión de “ reinventar” la economía campesina, sino de reunirla con sus propias org a n i z a- ciones para esculpir espacios políticos que les permitirán ejercitar su autonomía, definir formas en las que sus organizaciones guiarán la producción para ellos mis- mos y para comerciar con el resto de la sociedad. Una vez más, la identificación tecnocrática de los mecanismos productivos y la catalogación de los sistemas de conocimiento indígenas (que, por ejemplo, están ahora a la orden del día entre las corporaciones trasnacionales en busca de nuevas fuentes de germoplasma para sus avances biotecnológicos) no van a revertir la estructura de la discriminación a me- nos que se acompañen de participación política efectiva (Nuñez, 1998). Estas regiones que han sido dejadas de lado tienen muchas oportunidades de explorar caminos en los cuales utilizar sus dotaciones de recursos en formas crea- tivas. Entre las más importantes están los proyectos administrados por los grupos de las comunidades locales que comienzan a diversificar su base productiva, uti- lizando fuentes de energía renovable y evaluando el ambiente natural para desa- rrollar nuevos productos o encontrar nuevas formas de adicionar valor a las tec- nologías y bienes tradicionales. Los proyectos mencionados en la literatura inclu- yen el aprovechamiento de la energía solar, geotérmica y eólica para el procesa- miento de alimentos, mejorando la calidad y desarrollando sistemas que aumen- ten el producto de las artesanías (o comerciar con ellas obteniendo precios mejo- res a través del comercio justo), desarrollando instalaciones para la recreación y convenios institucionales que permitan a la gente de fuera lograr una apreciación 91 David Barkin de las culturas indígenas. Las oportunidades de buscar nuevas formas de organi- zación de la base de recursos naturales son grandes, y las iniciativas para instru- mentar tales programas están encontrando gradualmente a quienes respondan in- teresados por la exploración de estas y otras alternativas (Barkin, 1992). Los centros de biodiversidad La comunidad científica y ambiental mundial se ha movilizado para identifi- car y proteger un creciente número de áreas particularmente valoradas. Estas “re- servas de la biosfera” en las selvas y montañas y los centros culturales urbanos, “patrimonio de la humanidad”, son guardianes de parte de los tesoros naturales y producidos del ecosistema. Pero también son campos de batalla controvertidos, donde la ciencia y la comunidad están luchando por una definición operacional de la protección ambiental y la sustentabilidad. Las líneas de batalla se dibujan con mayor claridad cuando se montan esfuerzos por crear áreas núcleo en los es- pacios designados como reservas de la biosfera, donde no se permite a la gente entrar. En algunos casos, la designación especial de zona protegida implica remo- ver a los habitantes locales del área en nombre del ambiente. En una escala más general, el interés creciente por proteger las especies en peligro de extinción ha conducido a conflictos entre las poblaciones locales que han coexistido tradicio- nalmente con estas especies, explotándolas en formas sustentables, hasta que las poderosas fuerzas del mercado condujeron a tasas de exterminio que amenazaron la sobrevivencia de la flora y fauna y de las comunidades humanas. Mientras no haya una solución generalizada para las necesidades y metas en conflicto de los grupos inmersos en estas regiones, pareciera que el enfoque filo- sófico de la “sustentabilidad” ofrece algunas ideas. Una propuesta prometedora sugiere la creación de “reservas campesinas de la biosfera” o “clubes de restau- ración del vecindario”, en los cuales las comunidades locales son animadas a con- tinuar viviendo dentro de la región, ahorrando recursos. A cambio, el “mundo ex- terior” aceptaría la obligación de asegurar que la comunidad sea capaz de disfru- tar de una calidad socialmente aceptada de vida, con oportunidades económicas similares a aquellas de otros grupos, y participación política plena a todos los ni- veles. Un ejemplo particularmente importante de este enfoque es el intento de crear un modelo de este tipo en la región de Chimalapas del suroeste de Oaxaca, en México, un intento que inicialmente estaba comprometido con actividades predatorias para participar en (o ayudar realmente al diseño de) actividades pro- tectoras como parte de la estrategia de diversificación productiva para el desarro- llo de la comunidad, el cual incluiría ecoturismo pero no estaría limitado a este tipo de actividad, debido a que la investigación lo ha mostrado como demasiado esporádico e inseguro a los efectos de ofrecer seguridad económica a la mayoría de las comunidades. 92 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? Desarrollo autónomo: una estrategia para la sustentabilidad El desarrollo sustentable no es consistente con la expansión de la agricultura comercial “moderna”. La producción especializada basada en el uso de maquina- ria y/o agroquímicos que surgió del enfoque tecnológico de la revolución verde ha producido un enorme caudal de alimentos y otros productos primarios. Sin embargo, los costos sociales y ambientales están resultando demasiados altos. El desarrollo rural comercializado ha traído en su estela la progresiva marginación de las poblaciones campesinas e indígenas. La integración global está creando oportunidades para algunos, y pesadillas pa- ra muchos. La producción doméstica se está ajustando a las señales del mercado in- ternacional, respondiendo a las demandas del exterior e importando aquellos bienes que pueden ser adquiridos más baratos en cualquier otro lugar. La expansión urba- no-industrial ha creado polos de atracción para la gente y sus actividades que no pueden ser absorbidos productiva o saludablemente. Las ciudades perdidas y los deteriorados vecindarios albergan a la gente que busca empleos marginales, mien- tras sus gobiernos locales están abrumados por la imposibilidad de administrar es- tas regiones por falta de presupuesto y capacidad profesional. Al mismo tiempo las comunidades campesinas están siendo desmembradas, y sus residentes, forzados a emigrar y abandonar los sistemas tradicionales de producción. Ellos también han dejado de ser buenos intendentes de los ecosistemas de los cuales son parte. En esta yuxtaposición de ganadores y perdedores, una nueva estrategia de de- sarrollo rural debe ser considerada: una estrategia que revalorice la contribución de las estrategias de producción tradicionales. En la economía mundial actual la vasta mayoría de productores rurales del tercer mundo no puede competir en los mercados mundiales con productos alimentarios básicos y otros productos prima- rios: la tecnología y financiamiento de los productores en las naciones ricas pue- de combinarse con la necesidad política de exportar sus excedentes para bajar los precios internacionales, con frecuencia por debajo de los costos reales de produc- ción en el tercer mundo, especialmente si estos agricultores fueran a recibir un sa- lario competitivo. Sus productos tradicionales no podrían comercializarse fuera de las mismas comunidades pobres. Los productores rurales marginados ofrecen una promesa importante: si se fo- menta su producción, pueden sostenerse por sí mismos y hacer contribuciones im- portantes al resto de la sociedad. En contraste, si prevalecen las políticas rurales que los países del tercer mundo definen como eficiencia según el criterio del mercado internacional, basadas en la estructura política y tecnológica de las naciones indus- trializadas, los campesinos serán arrebatados de sus campos de siembra tradiciona- les, y las importaciones de alimentos comenzarán a competir fuertemente por las divisas, desplazando a los bienes de capital y otras prioridades nacionales como ha pasado en muchos países (Barkin, Batt y DeWalt, 1991). El enfoque sugerido por la búsqueda de sustentabilidad y participación popular tiene el fin de crear meca- 93 David Barkin Friedmann, John y Rangan, Haripriya 1993 In Defense of Livelihood: Compa - rative studies on environmental action ( West Hartford, CT: Kumarian Press). Glade, William y Reilley, Charles (eds.) 1993 I n q u i ry at the Grassroots: An In - t e r-American Foundation re a d e r (Arlington, VA: Inter-American Foundation). 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Pero la bibliografía reciente ha acentuado los orígenes sociales y no los técnicos (o basados en la oferta) de la carestía y el hambre. Sen (1981,1992) es un exponente particularmente efectivo de este punto, mien- tras otros han entrado en gran detalle sobre los “orígenes sociales” de las es- trategias alimentarias y las crisis (Barraclough 1991). La “modernización” de las dietas urbanas en Nigeria, sustituyendo al trigo y arroz por sorgo y mijo, es un caso espeluznante de creación de dependencia, reduciendo las oportu- nidades de los productores campesinos y elevando el costo social de alimen- tar a una nación (Andrae y Beckman, 1985). 4 Este es el tema del libro de Stiefel y Wolfe (1994), que sintetiza un gran rango de experiencias sobre la participación popular. Ellos hablan de la “de- creciente capacidad del Estado para proporcionar servicios y reducir las de- sigualdades en el ingreso”, acompañada por una reducción igual en la “con- fianza pública en la legitimidad de sus esfuerzos”. No sorprende, entonces, que la comunidad internacional esté “...viendo la ‘participación’popular co- mo un medio de hacer que sus proyectos de desarrollo funcionen mejor, ayu- dando a los pobres a manejar su situación (y) como una dimensión indispen- sable de las políticas ambientales (...) que no pueden ya ser evadidas o pos- puestas...” (Stiefel y Wolfe, 1994: 19). 5 Rodwin y Schön (1994) nos ofrecen la oportunidad de explorar las contri- buciones singulares de Hirschman a la teoría y práctica del desarrollo. Enfa- tizando la importancia de colocar a la gente al centro del proceso, hemos aprendido de Hirschman que, para tener éxito, estos actores deben llegar a sumarse dentro de los sistemas integrales de los cuales ellos son parte. 6 Para una discusión más amplia de este tema, véase Barkin (1998). 7 Este es un elemento crucial. Muchos analistas descartan a los productores campesinos por trabajar a una escala demasiado pequeña y con muy pocos recursos para ser eficientes. Sin embargo, es importante y factible promover un incremento en la productividad consistente con una estrategia de produc- ción sustentable, tal como la definen los agro-ecólogos: la propuesta de ani- marlos para mantenerse como miembros productivos de sus comunidades de- biera ser instrumentada bajo las condiciones existentes. En gran parte de La- 98 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? “ Sem Te r r a”, “As s e n t a d o s”, “Ag r i c u l t o res familiar e s” : considerações sobre os conflitos sociais e as formas de organização dos trabalhadores rurais brasileir o s Leonilde Ser volo de Medeiros * O s anos 90 se encerram no Brasil com o crescimento da visibilidadepolítica de dois segmentos sociais no meio rural: os “sem terra” e os“agricultores familiares”. O objetivo deste artigo é discutir a historicidade dessas categorias, buscando fazer uma leitura de sua conformação a partir da trajetória organizativa dos trabalhadores rurais e das potencialidades do reconhecimento de sua presença política pelo Estado, através da gestação de políticas públicas a elas direcionadas e da constituição de novas instituições que passam a ser o espaço para onde as suas demandas se dirigem. Numa primeira parte do artigo, apresentamos alguns traços dos momentos iniciais de o rganização dos trabalhadores do campo, ressaltando o papel do sindicalismo rural no esforço de constituição de uma identidade única para esse segmento. A s e g u i r, indicamos como essa unidade sofre fraturas derivadas do intenso processo de mudanças econômicas, sociais e políticas que marcam os anos 70/80. Nas partes seguintes, tecemos algumas considerações sobre algumas das novas categorias que emergem nesse contexto: “sem terra”, “assentados” e “agricultores familiares”, tentando indicar a importância das lutas políticas e da ação do Estado na sua conformação. Finalizando o artigo, apresentamos as novas iniciativas do setor público estatal e sua relação com a eclosão de demandas no campo. 103 * Professora do curso de Pós-graduação em Desenvolvimento, Agricultura e Sociedade do Instituto de Ciências Humanas e Sociais da Universidade Federal Rural do Rio de Janeiro. Doutora em Ciências Sociais pela Unicamp. O sindicalismo rural e a constituição dos “trabalhadore s rurais” como categoria política Nos anos 50, os trabalhadores do campo emergiram no cenário político, através da luta de resistência na terra da qual eram ameaçados de expulsão, identificando-se como “lavradores”, “trabalhadores agrícolas” e, já no início dos anos 60, como “camponeses”. Essas nomeações, na maior parte dos casos estranha aos contextos locais, eram resultado do processo organizativo em curso e da ação de diferentes mediadores que buscavam traduzir demandas pontuais locais em uma linguagem mais geral, que as unificava (Martins, 1981; Medeiros, 1995; Novaes, 1997). Assim, na conformação das categorias que começaram a ser utilizadas no debate político para designar os trabalhadores do campo e também foram por estes incorporadas, tiveram papel central o Partido Comunista Brasileiro, as Ligas Camponesas e, já no início dos anos 60, a Igreja Católica. A regulamentação do sindicalismo rural pelo Estado brasileiro e a conseqüente criação e/ou transformação das entidades organizativas pré- existentes em sindicatos culminaram na constituição, no final de 1963, de uma Confederação Nacional de Trabalhadores na Agricultura (CONTAG) que unificava a enorme diversidade de segmentos no campo e centralizava as organizações sindicais até então existentes. O golpe militar de 1964, a prisão, desaparecimento ou exílio de várias lideranças, a intervenção sobre os sindicatos existentes não implicaram no desaparecimento da Contag. Como vários sindicatos oriundos da ação da Igreja Católica haviam sido relativamente poupados do processo de intervenção (Palmeira, 1985), foi possível reconstituir, a partir dessa matriz, uma rede sindical, que se consolidou no final dos anos 60 e durante os anos 70, em grande medida a partir da ação da Contag. Nesse período, o principal investimento desta entidade foi no sentido de articular um conjunto de sindicatos, então dispersos e atomizados, através de concepções comuns, cuja matriz era a demanda por direitos trabalhistas e por reforma agrária, previstos através da legislação (Estatuto do Trabalhador Rural de 1963 e Estatuto da Terra de 1964), mas não efetivados no cotidiano dos trabalhadores1. A enorme diversidade de situações existentes, o fato de que muitos sindicatos surgiram a partir do estímulo de prefeituras e demais forças ligadas ao poder local, especialmente a partir da criação do Funrural, acabaram por criar uma tensão permanente, ao longo dos “nós” dessa rede (sindicatos e federações), entre o peso das forças políticas locais que tendiam a arrastar o sindicato para as malhas das diferentes formas de dominação consolidadas e a ação da Contag que procurava, através da busca de direitos reconhecidos, constituir uma outra rede de relações e contrabalançar o peso do poder local. Em o fazendo, falava em nome de uma categoria genérica, “trabalhadores rurais”, que recobria segmentos tão diferenciados como “assalariados”, “parceiros”, “arrendatários”, “pequenos proprietários”, “posseiros”, etc e que fora imposta à organização sindical por 104 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? força de lei, contrariando a tendência organizativa que se delineava no período pré-golpe2. Segundo Palmeira, buscando produzir a “cristalização da unidade de classe”, a entidade pôde “desnaturalizar simultaneamente o mais neutro (porque genérico) e menos neutro (pela referência ao trabalho) dos termos em curso no arsenal ideológico dominante - trabalhador rural - e inculcá-lo como um termo ‘naturalmente’ genérico para reunir todos os que vivem do trabalho na terra” (Palmeira, 1985: 50). Para tanto, precisou se fazer reconhecer como porta-voz de um amplo e diversificado segmento, num processo permeado não só por recorrentes disputas internas, mas também pela concorrência com o sindicalismo patronal, que disputava a adesão de uma parcela de “pequenos proprietários”. Ao longo do final dos anos 60 e dos anos 70, as antigas identidades descristalizaram- se (Novaes, 1997) em função não só da ação da Contag mas também da instituição de políticas públicas que, através de instrumentos como a legislação sindical (com suas categorias de enquadramento), trabalhista (com a definição de trabalhador rural), fundiária (através da definição de “módulo rural” e de “minifúndio”) e das políticas agrárias e agrícolas, tiveram um papel importante no sentido de moldar segmentos no interior do sindicalismo e abrir espaço para que fosse possível construir uma identidade que enfatizava o vínculo com a esfera do trabalho, mesmo em se tratando de produtores proprietários da terra e dos meios de produção e que eventualmente empregavam outros trabalhadores. Através do esforço de constituição e de representação dessa “unidade de classe” (Palmeira, 1985), no final dos anos 70 e início dos 80, a Contag passou a se constituir em importante referência nacional, a partir das campanhas salariais e greves dos canavieiros nordestinos, de seu apelo pela reforma agrária e do apoio às mobilizações por melhores preços para os produtos agrícolas, num contexto de intensificação das mobilizações demandando a redemocratização do país. No entanto, sua concepção sobre formas de ação e organização no campo e a defesa da unidade de representação da categoria “trabalhador rural” começou a ser posta à prova pela própria eclosão de conflitos no campo nesse mesmo período. Já em meados dos anos 70 começaram a se esboçar críticas à prática sindical “contaguiana” e à ação levada a efeito no cotidiano pelos sindicatos: a ação da Contag era apontada como ineficaz, por ser voltada principalmente para a denúncia de situações concretas aos poderes públicos, mas pouco efetiva no sentido de estimular a organização e mobilização dos trabalhadores para pressões. Muitos dos sindicatos eram considerados como eminentemente assistencialistas e, portanto, incapazes de dar consistência à luta por direitos pregada pela própria confederação sindical3. O principal porta-voz dessas críticas foi um segmento da Igreja Católica, adepto da Teologia da Libertação, e que tinha seu trabalho eclesial disseminado pelo país, em especial nas áreas de fronteira, onde eram mais intensos os conflitos por terra. Em 1975, a criação da Comissão Pastoral da Terra mostrou a força desse segmento e gerou as condições para a consolidação de uma poderosa rede de influência. Com sua legitimidade, inerente ao seu 105 Leonilde Servolo de Medeiros agroindústrias que proliferaram na região. Os produtores tecnificados, principalmente os que se especializaram na produção de soja e trigo, foram os principais atores de diversas manifestações ocorridas no início dos anos 80 contra a política agrícola do governo. Ocupando as ruas com suas máquinas, trancando as portas de bancos, procuravam denunciar os efeitos perversos da política de modernização e exigiam uma política agrícola que privilegiasse também os “ p e q u e n o s ”6. O segmento integrado à agroindústria (viticultores, fumicultores, suinocultores, avicultores, entre outros) constituiu novo adversário: não se tratava mais de ter como referência as políticas públicas, mas sim de questionar os termos dos contratos de integração. O bloqueio dos portões das agroindústrias, a realização de “greves”, visando impedir a entrega dos produtos para processamento, foram algumas das iniciativas que marcaram a trajetória desses grupos sociais e produziram a reiteração de sua identificação como trabalhadores7. O espaço onde a Contag conseguiu, nesse contexto, assegurar por um longo tempo sua visibilidade foi o das lutas salariais, em especial nas áreas canavieiras. No Nordeste, no início dos anos 80, foram várias e significativas as greves de “cortadores de cana”. No entanto, numa conjuntura de crise de produção (como é o caso do Nordeste) ou de intensificação da mecanização, inclusive no corte da cana (como é o caso de São Paulo) provocando um forte desemprego, verificou- se uma desestruturação das campanhas salariais. Em São Paulo, as disputas por concepções sobre formas de condução da luta sindical e de formas de representação dos trabalhadores levaram à criação de uma Federação de Empregados Rurais, gerando uma outra estrutura organizativa que negava o papel da Federação dos Trabalhadores Rurais já existente. Conduzindo não só greves, como, em anos mais recentes, ocupações de terra, a nova federação existe à revelia da estrutura sindical “contaguiana”, uma vez que não foi reconhecida por esta. Grande parte dessas mobilizações deu origem à criação, em diferentes regiões do país, de “oposições sindicais” ou foram por elas conduzidas, sem, no entanto, alterar a identidade básica desses segmentos como “trabalhadores”. A emergência de novos atores, novas identidades e novas demandas deram maior visibilidade política a essa categoria e, ao mesmo tempo, acentuaram a percepção social de sua diversidade. Inauguraram novas iniciativas de enfrentamento estranhas às práticas sindicais até então vigentes no sindicalismo “contaguiano” e também buscaram alternativas organizativas, de caráter local (em especial “associações”) para tentar enfrentar alguns de seus problemas imediatos, principalmente os relacionados à produção e comercialização. Esse conjunto de mudanças afetou profundamente o sindicalismo rural dirigido pela Contag. Apesar da reiteração da identificação dos diferenciados segmentos com o mundo do trabalho, ela passou a se dar através de uma clara diferenciação das categorias que passaram a ganhar identidade própria e a se constituir como atores diferenciados no cenário político. Ocorreu uma 108 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? “implosão” da categoria “trabalhador rural” tal como constituída nos anos 70, acompanhada pela emergência de diversas possibilidades organizativas que romperam com a tradição unitária de representação do sindicalismo rural. Surgiram tanto alternativas externas ao universo sindical, como é caso do MST, como outras que, dentro da lógica sindical, apontaram para a criação de sindicatos por categorias especificas (como é o caso dos “empregados rurais”, de “fumicultores”, de “suinocultores” e, mais recentemente, dos “agricultores familiares”). Mesmo muitos dos sindicatos que continuaram como de “trabalhadores rurais” reorganizaram-se internamente, criando secretarias específicas para tratar de temas relacionados aos assalariados, agricultores familiares e luta por terra, reconhecendo e legitimando a diversidade de situações e interesses emergentes, adequando a eles a organização interna dos sindicatos. Nesse processo, a Contag deixou de ter o monopólio de falar pelos trabalhadores do campo, passando a disputar sua representação e bandeiras com outras formas o rganizativas, sindicais (como é o caso da Federação dos Empregados Rurais do Estado de São Paulo, FERAESP, e da Federação de Trabalhadores na A g r i c u l t u r a Familiar de Santa Catarina, FETRAFESC, no plano estadual), não sindicais (MST, Conselho Nacional dos Seringueiros), além da CUT8. Para além disso, novos temas se impuseram ao sindicalismo, entre eles os das demandas envolvendo questões relacionadas a gênero e geração. No que se refere a gênero, a crescente organização e mobilização dos movimentos de mulheres trabalhadoras rurais traduziu-se em preocupações em trazer ao sindicato questões como reconhecimento legal da mulher como trabalhadora rural, envolvendo a demanda pelos direitos daí decorrentes; garantia da presença da mulher nas direções sindicais, através de um sistema de cotas; criação de programas de saúde voltados para a mulher, etc. No que diz respeito ao tema geração, destaca-se a crescente preocupação com os jovens (formação, possibilidades profissionais)9 e aposentados, através do reconhecimento de sua especificidade no interior do sindicalismo. O aumento relativo da população idosa no campo, pelo envelhecimento que vem progressivamente caracterizando a população brasileira e também pelo crescente abandono do campo pelos jovens (Abramovay e Camarano, 1999), a situação de pobreza nas áreas rurais fizeram com que o tema da aposentadoria começasse a ganhar maior visibilidade no sindicalismo, tornando-se uma questão que começa a ser tratada não apenas como serviço a ser prestado. Para se entender esse fato é importante lembrar que a aposentadoria representa uma renda mensal regular (que a atividade agrícola tem dificuldade em produzir) e que muitas vezes se constitui numa forma de crédito indireto para segmentos pauperizados da agricultura familiar. Além disso, a contribuição dos aposentados tornou-se uma das fontes importantes de arrecadação de fundos para a sustentação do sindicalismo. Assim, se as ações em relação aos aposentados (emissão de guias, certificados, acompanhamentos, etc) ocupam parte importante do cotidiano sindical, também se evidencia recentemente algumas atividades 109 Leonilde Servolo de Medeiros mobilizatórias (atos públicos e ocupações de sedes do INSS), demandando a desburocratização excessiva da previdência social, indicando a configuração de novas formas de abordar o tema. Os “sem terra” e a re v i t a l i z ação do debate sobre reforma agrária A gênese de um grupo social não pode ser entendida apenas através de processos econômicos de transformação (Thompson, 1987; Bourdieu, 1989). Desse ponto de vista, a origem dos “sem terra” como grupo dotado de uma identidade política sedimentada por uma complexa organização, liga-se não só à trajetória de expropriação dos pequenos produtores, em especial do sul do país, mas, entre outros elementos, também ao molecular trabalho da Igreja e à crítica formulada por esta instituição e pelas “oposições sindicais” à forma como a luta por terra e a demanda por reforma agrária estava sendo conduzida pelo sindicalismo rural. Embora a demanda por reforma agrária tenha sido constitutiva da ação sindical desde sua origem, o caminho pelo qual era conduzida (reivindicações de desapropriação usando estritamente os mecanismos institucionais/legais existentes, sem investimento na organização e mobilização dos envolvidos) não mostrou eficácia: durante os anos 70, em que pese a quantidade de conflitos cuja marca mais forte era a resistência na terra e as constantes denúncias e solicitações de desapropriações feitas pela Contag, pouquíssimas foram levadas a cabo. As ocupações apareceram assim como alternativa para pressionar o Estado, criando fatos políticos e atraindo a atenção da opinião pública. Iniciadas no Rio Grande do Sul, ainda no final dos anos 70, rapidamente passaram a acontecer em Santa Catarina, Paraná, São Paulo, Mato Grosso do Sul, tornando-se a principal forma de luta por reforma agrária e, mais do que isso, constitutiva de uma identidade política. Em torno dela, constituíram- se princípios organizativos próprios, bastante distintos dos que regem as organizações sindicais, baseados na arregimentação de famílias inteiras (e não apenas de indivíduos), sem um processo de filiação ou associação formal, mas apenas na participação, que pode começar em qualquer tempo e lugar e que pode envolver pessoas das mais diferentes trajetórias, inclusive aquelas sem origem rural (Caldart, 2000). Apresentando alguns momentos de refluxo em função do contexto nacional ou de conjunturas locais, o MST foi progressivamente se impondo como porta- voz da demanda por reforma agrária no Brasil e abrindo espaços de negociação com os poderes públicos. Sua ação, ao longo dos anos 80 e 90, apresentou diversas facetas, tanto implicando na produção de fatos políticos, com a recorrência de mobilizações e ocupações envolvendo grande número de pessoas, dando maior visibilidade às lutas por terra, como num trabalho cotidiano e molecular de fortalecimento dos assentamentos. Quer na esfera produtiva 110 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? depoimento, a própria regulamentação do Procera foi resultado de uma negociação direta entre o MST e o Incra. Esses dados indicam um aprendizado dos procedimentos de negociação, de utilização dos espaços públicos, de conversas multipartidárias17, numa atuação que combina a negociação com a mobilização que potencializa essa mesma negociação, conforme sugere Offe (1989), quando analisa os dilemas próprios às organizações de interesse, em especial às ligadas ao mundo do trabalho. Do ponto de vista de sua visibilidade, tratava-se de trazer a questão da terra para um público mais amplo, de forma a poder mobilizar apoios e fortalecer suas demandas. O lema do III Congresso Nacional, no início dos anos 90, “Reforma Agrária: essa luta é de todos”, sinalizava para um esforço no sentido de os benefícios para a sociedade de uma política de reforma agrária, buscando ampliar seu campo de alianças. É nesse contexto que o MST procura ampliar suas ações em direção às cidades, buscando ampliação de interlocução através da realização de grandes manifestações públicas. O crescimento da organização dos “sem terra” não ocorreu sem tensões. A bibliografia sobre assentamentos é pródiga na análise de divergências internas, principalmente pela resistência de muitas famílias em aceitar as novas regras, que, muitas vezes, confrontavam-se com as experiências anteriores acumuladas. Em algumas situações tanto essas divergências como outras referentes às estratégias de construção de alianças políticas provocaram fraturas mais profundas, gerando o aparecimento de novas organizações de luta por terra, em diversos pontos do país (MLT, MCC, MT, MLST, etc.)18. Em outras, houve flexibilização das propostas do MST. Para além das disputas políticas que testemunhavam, esses movimentos, de caráter mais localizado, indicavam a extensão que a luta pela terra assumia e a amplitude da legitimação das ocupações como forma de acesso à terra. “Assentados”: novos atores, novos temas A intensificação da luta por terra e da criação de assentamentos teve múltiplos efeitos não só no plano nacional, mas também, talvez principalmente, no plano local. Em termos numéricos, ela correspondeu a um aumento do número das famílias assentadas: segundo dados do Incra, no período entre 1985 (início da Nova República) e 1994 foram beneficiadas cerca de cento e quarenta mil famílias e, de 1985 a 1998, duzentos e oitenta e sete mil. Esses dados foram muitas vezes questionados pelo MST, uma vez que boa parte do que aparece como “assentamento” pode ser entendido como regularização de áreas, viabilizando a permanência na terra de famílias que lá estavam de há muito, em situação conflituosa. Se esse procedimento infla os dados governamentais sobre o número de assentamentos realizados, não se pode desconhecer que, essas 113 Leonilde Servolo de Medeiros unidades sendo consideradas como “assentamento”, o conflito tende a d e s a p a r e c e r, os trabalhadores passam a ter direito a receber crédito, etc, produzindo-se, conseqüentemente, uma nova situação social e jurídica. Do ponto de vista que nos interessa aqui, é preciso assinalar que os números tendem a esconder a precariedade com que se reproduz a grande maioria dos assentamentos, marcados pela falta de infraestrutura, assistência técnica, apoio à produção, etc (Bruno e Medeiros, 1998). No entanto, em que pesem essas condições, várias pesquisas têm apontado os assentamentos como espaços de produção, sociabilidade e intervenção política. Áreas onde a intensidade dos conflitos tem provocado um adensamento dos assentamentos, como é o caso do sul do Pará, da zona da mata pernambucana, do Pontal do Paranapanema, em São Paulo, do oeste de Santa Catarina, etc, têm tornado visíveis essa presença, muitas vezes pouco estudada do ponto de vista de suas repercussões, em especial sobre o espaço local. Como o indicaram Medeiros e Leite (1998), a constituição de um assentamento (em muitos casos, de diversos assentamentos no âmbito de um mesmo município ou região), em especial quando ele é produto de acampamentos e ocupações, acarreta a introdução de novos elementos e agentes que geram alterações nas relações de poder locais, visto que ela envolve graus diferenciados de negociação com o proprietário da terra que pode ou não ser membro da elite local, mas que, de qualquer forma, implica em cunha que se insere nas relações até então prevalecentes. Se o espaço do conflito não é o mesmo, do ponto de vista administrativo, daquele onde o assentamento é realizado, nem por isso deixam de se configurar alterações nas relações sociais. A entrada de novos agentes, a realocação de trabalhadores, muitas vezes de outros municípios, criam uma disputa em torno de quem deve ser assentado, que prioridades estabelecer para eles nas políticas públicas municipais, em especial no que se refere à educação, saúde, infraestrutura de estradas, transporte, etc. São diversas as menções a situações em que, no caso de uma desapropriação, prefeitos reivindicam lugar para os trabalhadores sem terra do seu município e se opõem aos “de fora”, não estendendo a eles os benefícios de uma série de políticas municipais. Nesse contexto, o assentamento pode tornar-se um espaço de questionamento de laços tradicionais de patronagem, promover sua ruptura, criar novos laços a partir das novas redes em que estão inseridos ou, em algumas circunstâncias, fortalecê-los. As novas demandas que surgem (saúde, educação, transporte, apoio à produção, etc), se somam e, às vezes, disputam com as de outras comunidades locais, potencialmente não beneficiadas por nenhuma atenção pública especial, acirrando disputas locais, inclusões e exclusões. A própria trajetória dos assentamentos e dos assentados, marcada pelo menos em parte dos casos pela participação no MST e, conseqüentemente, ligados a redes mais extensas que potencializam as demandas, torna-se um elemento importante para entender como, em muitos locais, acabou por se constituir uma dinâmica mais participativa 114 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? e reivindicativa do que a tradicionalmente existente nos municípios brasileiros. Isto nos permite indagar sobre a possibilidade de estarem ocorrendo alterações moleculares na cultura política local. Algumas pesquisas têm também demonstrado que os assentamentos tendem a promover um rearranjo do processo produtivo nas regiões onde se instalam, no geral caracterizada por uma agricultura com baixo dinamismo (o que inclusive sustenta legalmente a demanda por desapropriação). Adiversificação da produção agrícola, a introdução de novos produtos e atividades, mudanças tecnológicas, reflete-se na composição da receita dos assentados, afetando o comércio local, a geração de impostos, a movimentação bancária, etc., com efeitos sobre a capacidade do assentamento se firmar politicamente como um interlocutor no plano local/regional. No que diz respeito ao comércio local, por exemplo, essa nova população movimenta, seja o mercado ligado a bens de consumo (vestimentas, calçados, alimentos, material de construção, eletrodomésticos), seja o de insumos agropecuários (adubos, insumos químicos, etc), principalmente a partir do momento em que começam a ser liberados os primeiros recursos creditícios. O mercado local é dinamizado ainda pela venda de produtos oriundos dos assentamentos, através de feiras, venda direta a supermercados, ou mesmo de porta em porta, ocasionando um novo tipo de concorrência e oferta de produtos que, principalmente quando os municípios pequenos são considerados, tem um peso relativo maior. Há ainda que se ter em conta a organização de associações e cooperativas que, além de movimentarem e modificarem as relações do processo produtivo (a montante e a jusante), muitas vezes alteram uma prática de comercialização generalizada no interior do país: a realizada por “atravessadores” que, no cotidiano dos produtores, muitas vezes, mais do que comerciantes, são fornecedores de crédito e ajudas dos mais diferentes tipos, constituindo-se em elos importantes nas redes de patronagem. O assentamento promove ainda uma dinamização na movimentação bancária, com a chegada de financiamento do Procera e também de outros projetos dos quais muitas vezes os assentamentos são alvos, como os do Comunidade Solidária e de inúmeras organizações não governamentais que atuam de forma mais independente. No que se refere à organização territorial, o assentamento tende a representar uma mudança na sua dinâmica, uma vez que traz novas formas de ocupação do espaço - pequenos lotes em áreas onde antes o que predominava era a grande propriedade, agrovilas em áreas onde a população era dispersa, etc. Desse ponto e vista, é notável a capacidade de inovação organizacional produzida pelos assentamentos, em áreas onde predominavam culturas perenes e pastagens extensivas. Na região de Bagé, Rio Grande do Sul, por exemplo, a produção de sementes introduzida por um conjunto de projetos de assentamentos modificou sensivelmente a estrutura produtiva local e incentivou a instalação de indústria de beneficiamento em municípios próximos (Benedetti, 1998). 115 Leonilde Servolo de Medeiros Para tornar visíveis essas demandas e as novas questões colocadas no interior do sindicalismo, além da ação local, tiveram importância as grandes mobilizações nacionais, como é o caso dos “Gritos da Terra”, cujo principal interlocutor tem sido o Estado. A mobilização de trabalhadores de diversos pontos do país, trazendo-os para as ruas, realizando ocupações de órgãos públicos, manifestações, vem constituindo o eixo do “Gritos da Terra”. Através deles busca-se uma forma espetacular de apresentação/ negociação de demandas com o Estado mas também apoio da sociedade para suas propostas19. À força dos “gritos” tem sido atribuída, pelos sindicalistas, uma série de medidas entendidas como do interesse dos agricultores, como é o caso do Programa Nacional de Apoio à Agricultura Familiar (Pronaf), aumento de recursos para o Procera, medidas de agilização das aposentadorias rurais, etc. No plano da organização sindical essas mudanças corresponderam à crise de um modelo de condução de conflitos e de um modelo de representação sindical. A crescente repercussão das demandas em torno da “agricultura familiar” vem ligada a um processo de substituição de lideranças e de modos de fazer políticas, correspondendo à ascensão e reconhecimento político de lideranças que expressam os interesses desse setor, paralelamente à perda de importância daquelas ligadas aos assalariados. Essa ascensão implicou na projeção de lideranças geradas nesse âmbito para outras esferas sindicais (Central Única dos Trabalhadores) trazendo o tema da “agricultura familiar” para o interior de debates mais amplos, tanto os que envolvem diferentes dimensões da vida nacional quanto para segmentos que estavam acostumados a ler o campo apenas sob a ótica dos conflitos de terra e da reforma agrária. Um outro efeito importante desse reordenamento de posições foi o fato de que questões relacionadas aos “pequenos produtores” deixaram de se evidenciar como típicas do sul do país. Não só emergiram experimentos de organização da produção em diferentes regiões, impondo uma “nacionalização” das questões referentes à agricultura familiar, como, em algumas delas, as organizações de trabalhadores se mobilizaram no sentido de disputar recursos dos fundos especiais voltados para o desenvolvimento regional, criados pela Constituição de 1988, de forma a canalizá- los para o apoio à agricultura familiar. É o caso do FNO, FNE e FCO. Por esses caminhos, é possível constatar uma certa convergência entre as demandas dos “sem terra”, muitos dos quais “agricultores familiares” pauperizados, e os da nova categoria que emerge politicamente de uma mesma matriz, criticando a própria natureza do desenvolvimento brasileiro baseado nas grandes unidades produtivas e apontando formas de levá-lo em outra direção. Essa aproximação, passível de ser constatada pelo conteúdo das demandas, no entanto, não se traduzem mecanicamente em convergência política das organizações que as alimentam, nem das experiências acumuladas por esses segmentos, enquanto grupos organizados. 118 ¿Una nueva ruralidad en América Latina? Estado, reforma agrária, agricultura familiar A emergência de freqüentes e intensas mobilizações no campo, envolvendo diferentes segmentos, constituindo novas identidades e novas organizações, não afetou somente a dinâmica da representação e demandas dos trabalhadores. Esses eventos vêm guardando íntima relação com mudanças no interior do Estado que passa a reconhecer os conflitos que eclodem e a tentar redirecionar suas demandas, “ressemantizando-as” e gerando mecanismos institucionais para seu enquadramento (Offe, 1984). Desse ponto de vista, não se trata simplesmente de pensar as práticas estatais e a emergência de novas instituições para lidar com os novos problemas que afloram como “respostas”, mas sim de considerá-las como componentes de um complexo jogo político onde são disputados significados e conteúdos das políticas públicas. No que se refere à reforma agrária, desde o início da década de 80, vem se verificando sucessivas mudanças de importância do tema no interior das instituições estatais. Do ponto de vista de seu lugar político-administrativo, por exemplo, nos momentos de acirramento de conflitos, a questão agrária tendeu a se subordinar diretamente ao Executivo, através da criação de um Ministério específico. Em outros momentos, voltou para a esfera do Ministério da Agricultura, tradicionalmente ligado aos interesses dos grandes empresários agrícolas e das atividades voltadas para o mercado externo. No início dos anos 80, por exemplo, foi criado o Ministério Extraordinário dos Assuntos Fundiários, ainda sob o regime militar. Com a Nova República e o relevo que a questão agrária ganhou em meados da década, instituiu-se um Ministério da Reforma e Desenvolvimento Agrário, extinto logo depois. Mais uma vez, as questões agrárias voltaram a se subordinar ao Ministério da Agricultura. O aumento na quantidade de ocupações e de volume de ocupantes em meados dos anos 90, acompanhados do crescimento da violência no campo, culminando com prisões de importantes lideranças do MST em Pontal do Paranapanema, em São Paulo, assassinatos e a grande repercussão, inclusive internacional, dos “massacres” de Corumbiara (agosto de 1995) e Eldorado de Carajás (abril de 1996)20 levaram à criação do cargo de Ministro Extraordinário de Políticas Fundiárias. As mobilizações que se sucederam, a mais espetacular delas sendo a “marcha” dos “sem terra” a Brasília no ano de 1997, evidenciaram uma intensa disputa por espaço nos meios de comunicação, visando produzir uma imagem pública do movimento, procurando dar visibilidade às suas demandas e, ao mesmo tempo, buscando legitimá-las socialmente 2 1. Na conjunção desses elementos, a reforma agrária polarizou mais uma vez o debate nacional, tornou- se um aparente consenso nacional e recolocou a questão da importância das pressões para que se obtivessem novas desapropriações. Também se disseminou um consenso, entre os próprios gestores da política agrária, de que as iniciativas governamentais estavam “indo a reboque dos movimentos”22. Em resultado, o 119 Leonilde Servolo de Medeiros final dos anos 90 foi marcado por uma série de iniciativas estatais que procuraram estabelecer um novo campo para a discussão da reforma agrária, de forma a tentar fazer com que o tema saísse da esfera exclusiva do debate sobre desapropriações e assentamentos e passasse a compor um quadro mais geral de intervenção sobre o campo, num esforço de recuperar a posição de produtor de iniciativas políticas. Um primeiro passo nessa direção foram sucessivas medidas destinadas a disciplinar as desapropriações. Através de medidas provisórias e decretos-lei o governo alterou alguns dos parâmetros vigentes para tal: reduziram-se os juros c o m p e n s a t ó r i o s2 3, instituiu-se a obrigatoriedade da visita do juiz às áreas afetadas antes de tomar decisão de decretar um despejo. Na suposição que essa visita poderia mostrar a dimensão da questão social envolvida2 4, definiu-se que a vistoria de terras seria acompanhada por representantes das entidades sindicais rurais (de trabalhadores e patronal). Sem, no entanto, mencionar o MST, deu-se autorização para que as entidades representativas de trabalhadores indicassem terras para desapropriação. Ao mesmo tempo, proibiu-se a desapropriação de áreas previamente ocupadas por movimentos, procurando fragilizar o principal instrumento de pressão dos “sem-terra”. Configurava-se, assim, uma complexa disputa que, por um lado, indicava, a preocupação governamental em se contrapor às iniciativas dos movimentos e, por outro, em criar mecanismos que evitassem que as desapropriações, através das ações judiciais, implicassem em vultosas indenizações que não guardavam nenhuma relação com o valor de mercado. Um segundo passo foi a tentativa de fazer confluir as políticas voltadas para os assentamentos com as destinadas à agricultura familiar. Da mesma forma como a pressão dos conflitos fundiários acelerou a constituição de assentamentos e provocou todo um conjunto de alterações legais e institucionais, o reconhecimento do “agricultor familiar” como ator social relevante não pode ser entendido sem considerar, de um lado, as mobilizações dessa categoria, em especial através dos “Gritos” e, de outro, as disputas em torno de quem deveria ser o público preferencial para as ações governamentais no campo. Sem dúvida, a tentativa de buscar novas bases de apoio para as propostas governamentais estiveram na origem de medidas como o Programa Nacional de Fortalecimento da Agricultura Familiar (Pronaf), criado em 1996, um programa de crédito que passava a atender uma parte das bases sindicais (os agricultores familiares em melhores condições de produção), deixando de lado todo um vasto segmento em processo de pauperização crescente. Como mostra Offe (1989), as organizações de interesse são, do ponto de vista das políticas públicas, um problema a ser equacionado pelo seu poder de nelas interferir de forma altamente antifuncional, mas que, ao mesmo tempo, são absolutamente indispensáveis à política pública, porque detém um monopólio de informações relevantes e por sua capacidade de controlar seus membros. Sob essa ótica, há ainda um longo caminho a percorrer no sentido de delimitar uma agenda 120 ¿Una nueva ruralidad en América Latina?
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